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La Barquita el drama social de 1,800 familias

La Barquita el drama social de 1,800 familias

Con la paciencia de Job y 87 años a cuesta, Alberto Ramón Méndez, corta con precisión industrial las lonjas de salami que espera la niña cliente, en su destartalada pulpería cercana a la zona denominada  La Lata, en La Barquita. Toma un respiro antes de envolver el encargo, lo que acompaña con un copo de un tabaco criollo, cuyo olor inunda el ambiente, pero que al mismo tiempo ayuda a ocultar el hedor de las letrinas a flor de tierra, que dejan ver las heces fecales cual prostituta su enagua.

Era viernes a  las 4:00 de la tarde, Méndez no pierde tiempo en excusarse ante el visitante no invitado (este redactor), para ceder a los reclamos de un vicio legal que le llegó cuando era muy joven: “Es el único gusto que todavía me puedo dar”, exclamó, mientras su mirada se perdía sobre las aguas del río Isabela.

Alrededor de 1,800 familias, que totalizan unos 10 mil habitantes, ocupan la franja vulnerable de este caudaloso río, cuyas casuchas son inundadas más de una vez cada año durante las temporadas de lluvias, al tiempo que las promesas gubernamentales se renuevan en cada período presidencial.

La presencia del periodista fue advertida por Amalfi Sierra, una mulata de 29 años, madre de tres hijos, quien se quejó de la falta de agua potable en la zona. Ironía de la vida, donde la lluvia es un riesgo para la gente, falta agua para saciar la sed.

El diálogo fue interrumpido por los estruendos de la voz de un vendedor ambulante que, ponchera en hombro, gritaba a todo pulmón: “morcillas, tripitas, longaniza de la buena”, mientras apresuraba el paso, seguido por otros dos vendedores similares.

Posteriormente me enteré, que en el lugar había una especie de industria de vísceras, que suplían a vendedores ambulantes. No olviden que en La Ciénaga hay una fábrica de embutidos.

Esta gente, marcada por el bajo nivel de escolaridad se adhiere al ejército de desempleados del país. Alrededor del 26% de los dominicanos no dispone de un empleo fijo donde ganarse el sustento de su familia, aunque las cifras oficiales revelen otra cosa.

“Mire aquí la mayoría de la gente no tienen trabajo. Todos salimos en la mañana para diferentes sitios, hay quienes trabajan en el mercado como “burros” (cargadores de víveres en las espaldas o la cabeza); otros son motoconchistas, cobradores de guagua o vendedores de frutas y fritureros”, expresó Méndez, no sin antes dejar una humareda en su entorno.

Sobre los planes del Gobierno de trasladarlos a otro lugar, se mostró escéptico, tras argumentar que cada vez que llega un presidente nuevo las promesas son las mismas.

Recordó que el 16 de febrero de 1997, el entonces presidente Leonel Fernández se detuvo en el lugar cuando regresaba de una reunión en Sabana Perdida, “recuerdo esa fecha porque fue el mismo día que llegué aquí a la Barquita. El presidente escuchó los reclamos de algunos de los muchachos y prometió más de lo que le pidieron, pero jamás volvió”, dijo sonriente, aunque sólo dejaba ver en el interior de su boca el diente de la fundita de agua.

En tanto el agua del río sube y sale por cualquier callejón, aunque no haya llovido en los últimos dos días, incrustándose como hiedra en las hojalatas y pedazos de madera y block con las cientos de familias construyeron su sueño de ciudad.

A las  5:00 de la tarde, llegó la electricidad que se había ausentado desde las nueve de la mañana, y aunque los rayos del Sol se pueden sentir con potencia, la prudencia aconseja abandonar el lugar, lo que hacemos acompañado de una especie de Torre de Babel musical, entre bachata, merengue, reggaeton, salsa y unas que otras cervezas en manos de adolescentes y adultos. Es viernes, inicio del fin de semana, escape de frustraciones y sueños de esperanza.

De dónde vienen

El cinturón de miseria que bordea el río Ozama comenzó a ser habitado a mediado de 1965, cuando un grupo de residentes en Sabana Perdida aprovechó la nivelación del terreno y la madera que dejaron abandonada en el lugar los marines estadounidenses para ocupar esa franja.

En ese espacio conocido como La Barquita, habitan en el presente alrededor de 1,800 familias, en extrema pobreza y vulnerabilidad ante el vaivén del clima.

La nivelación del terreno y la construcción de una barcaza que permitiera la comunicación vehicular entre Los Mina y Sabana Perdida, fue parte de una estrategia militar de los invasores estadounidenses, que ocuparon la capital el 28 de abril de ese año.

Habitantes del lugar explicaron que cuando los constitucionalistas cerraron el paso por el puente Duarte, los invasores que se encontraban en San Isidro optaron por buscar una vía alterna para penetrar a la capital, por lo que construyeron una barcaza que les permitiera trasladar los vehículos y equipos militares hasta Sabana Perdida y Villa Mella.

Luego de tomada una gran pate de la ciudad, los solados no necesitaban el puente de  pontones, pero no lo desmantelaron por lo cual continuó siendo usado por personas que se dirigían hacia Villa Mella, Sabana Perdida, La Victoria, Monte Plata, Yamasá y Sabana Grande de Boyá.

El Nacional

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