Opinión

La niebla del FMI

La niebla del FMI

Durante décadas se ha estado enseñando en las aulas universitarias la diferencia existente entre dos conceptos económicos que, todavía entrado el siglo 21,  inducen a confusión: crecimiento y desarrollo.

La medida del crecimiento económico viene dada por el Producto Interno Bruto (PIB), el cual suele captar la atención tanto de las autoridades monetario-financieras como de los actores políticos, por lo que la divulgación de sus estadísticas concita un marcado interés. Porque se trata  de  la variable económica que captura el crecimiento.

El PIB expresa el valor medido en dinero de todos los bienes y servicios producido por una economía dentro de un período de tiempo determinado, generalmente un año. Y aunque ha ganado aceptación general dentro de la literatura económica internacional el PIB no revela realidades sociales sustanciales que se manifiestan a través de la distribución de la renta y su impacto en el entorno ambiental.

Para algunos economistas el PBI es un indicador de actividad comercial, no una medida de la riqueza. No mide el beneficio de la actividad económica, sino el coste de las actividades que ofrecen productos y servicios a cambio de dinero. Pero semejante enfoque es polémico y  amerita un futuro análisis.

 Es cierto que un mayor incremento en la producción de bienes y servicios es un resultado deseado por todo país durante su proceso de subsistencia, pues sin producción de la riqueza material no podría alcanzarse una potencial distribución de la misma, dando como un hecho la existencia de la necesaria voluntad política por parte de las autoridades competentes.

 Exaltar sólo el crecimiento del PBI postergando su impacto en el mejoramiento de la calidad de vida de la sociedad es un grave error, toda vez que la medición cuantitativa (en dinero) de los bienes y servicios que produce una economía en un período podría esconder la neblina de las desigualdades y las exclusiones sociales.

Las Naciones Unidas toman en cuenta el PBI para definir las prioridades y necesidades en materia de cooperación internacional, el problema surge porque el PIB es un promedio  que no muestra las diferencias que existen al interior de un país.

Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998,  sostiene lo siguiente: “El desarrollo humano, como enfoque, se ocupa de lo que yo considero la idea básica de desarrollo: concretamente, el aumento de la riqueza de la vida humana en lugar de la riqueza de la economía en la que los seres humanos viven, que es sólo una parte de la vida misma”. Que no se trata sólo de crecer, sino de hacerlo con desarrollo social. 

Es necesario tomar conocimiento de que no se debe ignorar el impacto de la aplicación de los avances tecnológicos y la productividad sobre el volumen de la fuerza laboral, pues se genera desempleo y modificación en la composición de la mano de obra al abandonar la esfera de la producción de bienes  e incrementar el número de trabajadores  en el  sector servicios.

¿Es correcto utilizar el PIB como el más genuino medidor del crecimiento económico en un país dejando de lado la distribución de la riqueza?

Es verdad que la medición del crecimiento económico a través del PIB no basta para determinar su impacto sobre el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes de un país, pero es obvio que sin un aumento en el valor de la producción de bienes y servicios no se podría implementar proyectos efectivos de desarrollo económico y social.

El Nacional

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