Editorial

La paz en Colombia

La paz en Colombia

El líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) declaró el alto al fuego definitivo, cuatro días después que el presidente Juan Manuel Santos ordenó al Ejército colombiano un cese de hostilidades, con lo que se pone fin a una guerra irregular de más de 50 años que causó más de 200 mil muertos.
Con la proclama de Rodrigo Londoño, “Timochenko”, se inicia en Colombia una difícil etapa de curetaje de heridas profundas causadas por un conflicto armado que parecía no tener fin y que se complicó con la irrupción del narcotráfico y del paramilitarismo, dos industrias conexas del crimen que asolaron durante decenios a esa nación.

La comunidad internacional estimuló las conversaciones de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano, que tuvo sede en La Habana, Cuba, y se prolongó por cuatro años, culminando con un claro triunfo político para el presidente Santos.
La sociedad colombiana parece dividida entre los que respaldan ese acuerdo y quienes consideran que el Estado colombiano abdicó ante el directorio del más antiguo grupo guerrillero del continente, pero nadie objeta que el resultado será siempre el advenimiento de un proceso de paz que deberá consolidarse con el paso del tiempo.

Timochenko proclamó la “clara y definida vocación por la reconciliación” de las FARC, y afirmó que “las rivalidades y rencores deberán quedarse en el pasado”, lo que consolida el discurso de paz pronunciado por el presidente Santos, durante el acto de firma del decreto que ordena el cese de hostilidades.

América Latina celebra que la voluntad de paz y reconciliación haya llegado a Colombia, al tiempo que abriga esperanza de que las partes cumplan cabalmente con los compromisos que sustentan el acuerdo que pone fin a más de medio siglo de un conflicto militar, cuyas razones sociales y políticas cesaron hace tiempo.

Los mayores lauros por este histórico acontecimiento van dirigidos al presidente Juan Manuel Santos, quien encaminó sin vacilaciones ni prejuicio un proceso de diálogo con la guerrilla que muchas veces estuvo a punto de colapsar, y al Alto Mando de Colombia, que a pesar de resabios y presiones, entendió que el momento es propicio para la paz y no para la guerra.

Al igual que lo ocurrido en El Salvador y en Uruguay, los comandantes guerrilleros de Colombia se incorporan a la lucha política, donde se emplea la palabra y no el fusil para promover las ideas y se permite que el pueblo decida por vía del sufragio universal su propio destino.

Domingo Berigüete

Periodista especializado en prensa jurídica y eléctrica