Semana

La transparencia como cualidad literaria

La transparencia como cualidad literaria

Interrumpo otra lectura de  Escalera para Electra, de Aída Cartagena Portalatín. Me pregunto cómo el jurado de los premios de Biblioteca Breve  Seix Barral, uno de los más prestigiosos de latinoamérica, habría elegido esta novela experimental como una de las finalistas en la convocatoria de 1969, y me figuro que entre los debates de los expertos no estuvo la cuestión de la “transparencia del mensaje”, sino los recursos formales y quizá, eso que hace  de la novela un texto por encima de su época: el juego intertextual.   

Las exigencias a la literatura, comprometiéndola con la función de la retórica clásica de la explicación, está en relación con el material que utiliza el escritor: la lengua.

Al ser ésta la misma herramienta en donde convergen otros sistemas y recursos de comunicación, se confunden todas sus funciones y se espera que la obra de arte en que deriva la lengua llevada a las significaciones del poema o el texto de ficción, sea, sino utilitaria, al menos explicativa en sentido lato. 

Pero  la lengua en su función poética, no puede ser reducida a  los propósitos que se le atribuyen  al decir cotidiano.

Cierto es que hay una correspondencia entre los discursos y que lo poético atraviesa a todos ellos. Es cierto además que el escritor recupera de la cotidianidad lo que en ella hay de poesía y ficción; pero es en esta operación de recuperación donde se estructura la obra literaria con sus especificidades. 

Hacer arte con el lenguaje impone discutir sobre la función del arte, no sobre asuntos como mensaje, comprensión, código, canal,  reduciendo la obra a la comunicación periodística.

Carece de sentido exigir transparencia a un escritor cuando la lengua especializada de la disciplina en que habla le es ajena a quien demanda  compresión, o cuando aún hablando en el mismo sistema codal,  la cognición se hace dudosa.

Pedirle transparencia al poeta, cuando éste se nutre de giros y expresiones que no corresponden a la función explicativa del lenguaje, es olvidar el espacio entre la palabra y la cosa ocupado por la subjetividad de los hablantes, que se hace mayor cuando nos referimos al poema.

En tanto que arte,  el propio texto busca su lector que en ocasiones se tarda pues, como es sabido, el objeto arte opera en un contexto que no necesariamente es el de su época. El poema transforma la cuestión del mensaje lineal y lo convierte en mensaje poético. 

Nadie exige a la música más transparencia que la armonía de tiempo y sonido que se logra con el ritmo, compases, acordes y estructuras melódicas; a la pintura nadie le pide que hable claro en sus juegos con los colores, la volumetría y la luz, el punto de fuga, la figura o la abstracción.

Todo lo que está en juego en el arte es su sentido trascendente no sujeto a circunstancias.  Un sentido que se disemina y pluraliza cuando encuentra sus lectores.

 El hallazgo de nuevas formas de expresión no se agota en el instrumento del que se sirve.  El cuadro es algo más que color, el texto literario es más que palabras, la música más que sonido.

Samuel Gili afirma que la comunicación termina cuando el que habla es entendido por el que escucha.  Aunque creo que “entender” es siempre un hecho inacabado, y merece debatirse la idea de “terminación” de la comunicación, me parece que este concepto se aplicaría al proceso comunicativo en el sentido clásico de “transmisión de un mensaje” a un destinatario.

No es aplicable a la literatura.  La Divina Comedia fue concebida como una crítica política a la sociedad y época de Dante.

Hoy nadie lee este texto asociado a los acontecimientos que le originaron, porque la razón literaria no es la razón de la historia, sino de su historia. El arte, se recrea en cada lector.

La transparencia del texto literario, si lo es en verdad, está en relación con la sensibilidad del lector y sus intereses lectorales.

Es una perogrullada que el destinatario se distingue del simple receptor en la medida en que opera dentro del circuito emisor-fuente, lo que legaliza la intencionalidad de éste de dirigirle a él un determinado mensaje, lineal o estético.  Jamás hablo a los receptores casuales de mi discurso. 

Esta verdad valida el lenguaje especializado dirigido a un público específico.  Cuando se habla de divulgación o especialización, se presupone a un destinatario con referentes que lo han conducido hasta cierto discurso. 

La vieja idea de la pedagogía sentimental no es aplicable en realidad.  El verdadero aporte que hacen las voces especializadas es provocar, mover voluntades, elevar el nivel de los debates, llevar hasta el pueblo nuevos decires desde el ensayo, la investigación y el poema. La mimesis aristotélica ha estado siempre atravesada por la invención.

Hay voces en nuestro país que han esperado  dialogar con sus lectores.  El problema no está en la escritura criptica de los intelectuales: ensayistas, poetas o novelistas; el problema está en la carencia de lectores, en la soledad del intelectual crítico en una época de confusión, pensamiento débil y banalidad publicitaria.

 No podemos considerar lectores donde no hay diálogo, sino  apatía; donde la agenda del debate sigue pendiente y es suplantada por la diatriba elevada a  la categoría de asunto oficial en ciertas instancias de poder.

Se escribe pues desde la lengua, con determinados registros, con intencionalidad estética, desde un saber o quizá, desde una función instrumental.

 En el centro de todo está el modo de decir, la acción comunicativa que nos mueve y, para completar el circuito, el sujeto destinatario que siempre reabrirá nuevas significaciones aún del discurso científico pretendidamente consensuado y cerrado sobre sí mismo.

   Falta en quién construir discursos estético, cotidianos o científicos.  La cuestión no es la transparencia del texto,  es la ausencia de lector. 

Pero,  ¿quién dijo que todo está perdido?  Creo que la insistencia creativa producirá sus lectores. 

El Nacional

La Voz de Todos