Opinión

La única debilidad de JP Morgan

La única debilidad de   JP Morgan

Perdido, en la asombrosa biografía de J. P. Morgan, su enorme nariz y gesto duro, hay un detalle que puede explicar su obsesión con la posteridad.

Catalogado como un “Robber Barón”, Morgan es más conocido como fundador de la Bolsa de Valores y el sistema de trenes, que por sus contribuciones al Museo de Historia Natural, Museo Metropolitano y la Catedral San Juan el Divino, la más grande del mundo, que hoy queda en el corazón de la comunidad dominicana, y donde se realizan muchas de nuestras actividades comunitarias.

Todos conocemos los aportes de los Carnegie, los Whitney y los Vanderbilt a New York, pero aun hoy ignoramos los de Morgan, porque la aristocracia norteamericana despreciaba a los banqueros, a los cuales negó el acceso a su Club Unión, provocando que Morgan creara el Club Metropolitano, el cual persiste hoy como lugar de encuentro de los “Robber Barons”, o ladrones de cuello blanco.

Jefe del sector financiero, cuya sede se encuentra en el 23 de Wall Street, Morgan escapó de su segundo encontronazo con la muerte cuando se enfermó antes de subir al Titanic, orgullo de sus compañías La Estrella Blanca y la Marina Mercante Internacional. Un simple bloque de hielo demostraría quién manda.
También escapó de su tercer encontronazo cuando un grupo de anarquistas atacó la sede de su banco, poniendo una bomba que mató a ocho empleados. El grupo exigía la libertad de los presos políticos, entre ellos Sacco y Vanzetti.

He hablado de un segundo y tercer encontronazos con la muerte de los cuales escapo JP Morgan, pero frente al único que no pudo demostrar su poder, o suerte, fue cuando esta le arrebató a Amelia Sturges, hija de un colector de arte que vivía en la calle catorce, y con quien Morgan se casó el octubre de 1861.

Amelia sufría de tuberculosis y en un pulseo con la muerte Morgan se la llevó al Mediterráneo, donde falleció el 17 de febrero de 1862, en Francia. Difícil imaginar a este portento de hombre arrodillado frente al cadáver de una frágil muchacha, que le dejó como herencia su amor por el arte.

A partir de su deceso Morgan compró su primer cuadro y lo colgó junto a las cenizas de Amelia, convirtiéndose en un legendario coleccionista cuya obra seria posteriormente donada al Museo Metropolitano, cuando por fin pudo entrar a los Estados Unidos, porque Morgan, fiel a su naturaleza, se negaba a pagar los impuestos gubernamentales sobre obras de arte.

Descorazonado, este titán que era Morgan, creyó entender que solo acumulando fortuna podría derrotar la muerte y el inevitable paso del tiempo.Hoy escribo sobre él. Quizás tenía razón.

El Nacional

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