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La vocación asumida como diversión

La vocación asumida como diversión

Cuando era niño dejaba vagar la imaginación y decía que iba a ser piloto militar, luego soñaba con viajar a varios países como marinero mercante.

Como estudiante de primaria y del bachillerato, llegué a detestar todo lo relacionado con las matemáticas, desde la simple aritmética, pasando por el álgebra, y llegando a la trigonometría.

Pero con la gramática, la historia y la literatura, me iba muy bien, y obtenía buenas notas.
Tomé la decisión de estudiar Derecho en plena dictadura de Trujillo, porque lo que teníamos vocación por las artes y la literatura nos inclinábamos por esa carrera, por ser medianamente afín con ellas.

No cruzó por mi mente estudiar periodismo, mi definitiva, real y placentera vocación, porque transcurrían los años de la dictadura trujillista, con su total ausencia de libertades.

Hasta el año 1952, cuando mi padre instaló un negocio de lavandería en el barrio de Villa Consuelo, mi familia pasó etapas de precariedad económica, y la única diversión de de mis hermanos y mía era escuchar las emisoras de radio.

Esta temprana afición me llevó a aprender la letra y la música de innumerables piezas del género popular, que años después me permitió desenvolverme en la producción de programas radiales con música del ayer.

El carnet de locutor lo obtuve al participar y ser aprobado en los exámenes de la Comisión de Espectáculos Públicos y Radiofonía celebrados en el mes de mayo del año 1960.

Mi primer empleo fue en Radio Tricolor, propiedad del destacado hombre del micrófono Hugo Hernández Llaverías, con sacrificado horario de once de la noche hasta las cuatro de la madrugada.

En esa labor de obligados insomnios, recibía numerosas llamadas telefónicas solicitando piezas musicales, provenientes de mujeres enamoradas o despachadas, y también de prostitutas
Otros timbrazos los producían guardianes nocturnos, miembros de las fuerzas armadas y de la policía, y bohemios y parranderos con tendencia a la contemplación de amaneceres.

Al salir de Tricolor, laboré en Radio Universal, que en el Hotel Jaragua instaló mi amigo de infancia Ellis Pérez.

Concomitantemente con mi trabajo de locutor, asistía a la universidad con moderado entusiasmo, porque comprendía que mi temperamento pacífico no se ajustaba con un oficio que tenía el litigio y la confrontación entre sus vertientes.
Como en mi condición de lector apasionado, aspiraba a escribir obras literarias, consideré que el ejercicio periodístico me ayudaría a alcanzar este objetivo.

Por eso ingresé a Noti Tiempo, espacio informativo de Radio Comercial, donde estuve por espacio de un año, pasando luego al periódico El Caribe, desde allí al vespertino Ultima Hora, y luego a dirigir el departamento de prensa del canal televisivo Rahintel.

En 1970 entré como redactor de la revista Ahora, donde escribí la columna de temas costumbristas con contenido de humor durante varios años, la cual alcanzó gran popularidad.

Recogí en seis volúmenes parte de esas estampas, y en tres tomos los que aparecieron en Cogiéndolo Suave, otro de los espacios donde he dado rienda suelta hasta los días que discurren a mis creaciones literarias.

La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos reprodujo dos de mis libros: Brincando por la Vida, y Más brincos por la Vida, lo que constituyó una buena dosis de egocilina para mi congénita modestia.

Trajinar por redacciones de diversos medios de comunicación social, me llevó a abandonar los estudios de Derecho, que concluí ya metido en la quinta década de edad biológica.

Por mi experiencia vivencial de octogenario, creo que es más difícil y frustratorio ejercer un oficio para el cual no tenemos vocación, que convivir con una pareja cuya personalidad no muestre afinidad con la nuestra.

Una sabia expresión del sabio pensador chino Confucio, señala que aquel que trabaje en lo que le gusta, no trabajará un solo día.
De acuerdo con esa frase, y por mi ejercicio del periodismo, llevo varias décadas sin trabajar.

El Nacional

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