Opinión

Leonel desechó sus fortalezas

Leonel desechó sus fortalezas

Pedro P. Yermenos Forastieri

Hoy es difícil creerlo, pero en el PLD de sus inicios algunos nos tomamos en serio aquello de la liberación nacional y completar la obra inconclusa de los padres fundadores de la nacionalidad.

Éramos y seguimos siendo abanderados de la democracia, pero repugnábamos de la caricatura en que a lo largo de nuestro devenir histórico ha sido esa palabra. Apenas un instante cada cuatro años para depositar un voto en una urna y garantizar que todo siga igual, oliendo a fetidez.

Nuestro anhelo era propiciar los cambios necesarios para que un sistema tan infuncional e injusto se transformara en instrumento de servicio colectivo y que hiciera realidad la continuación del proyecto iniciado por Don Juan en 1963. Para muchos, la militancia peledeista era la manera de prolongar desde otros escenarios las desiguales batallas libradas en la magnífica revolución de abril.

Una terrible circunstancia, nada casual, se produjo: Las puertas del poder empezaron a abrirse para el PLD en la misma medida en que se deterioraba la salud del líder y eso determinó una influencia creciente de un discipulado que, como ha quedado avalado en los hechos, jamás ha estado al nivel de lo esperado.

Para quienes formábamos parte del sector liberal del partido, Leonel Fernández, el candidato a la vice en 1994 y a la presidencia dos años después, representaba la garantía de que la ausencia de la inmensa autoridad de Bosch no produciría mayores inconvenientes por el perfil extraordinario que se le atribuía, que lo convertían en ideal para retomar la antorcha que no podía continuar asiendo el puño disminuido del Maestro.

Esa corriente de pensamiento tenía en el pasado presidente su buque insignia para afrontar una difícil lucha con la poderosa ala conservadora de la organización a la que se ubicaba a tanta distancia de lo que se pretendía hacer desde el poder.

Aquella competencia por la candidatura presidencial entre Euclides Gutiérrez, Norge Botello y Leonel Fernández, ponía de manifiesto las dos posibilidades que se le presentaban al partido. Por eso fue tal la euforia que produjo la victoria del “Nuevo Camino”, consigna que se convertiría en el grito de guerra en la campaña electoral de entonces.

¿Quién podía imaginar, que el estandarte de esa ilusión, sería el primero en desechar ese cúmulo de reconocidas fortalezas para convertirse en el soporte ideológico de aquellos a quienes se consideraban sus adversarios fundamentales? Esa felonía explica un declive que parece irreversible.

El Nacional

La Voz de Todos