El Partido Revolucionario Dominicano ha significado una escuela de democracia interna de la que han debido aprender otras organizaciones. Pero esa democracia le ha reportado menos rédito al PRD porque su ejercicio vino acompañado de un elemento fatal: el germen de la destrucción.
Ese sino acompañó al PRD incluso cuando dirigió el Estado, ocasiones en las que los desacuerdos internos obraron más efectivamente para defenestrar el partido del jacho, que las virtudes y acciones del adversario.
La excepción fue el primer gobierno perredeísta (1963) derrocado por bandidos que consideraron más importante su voluntad que la del pueblo. Pero no quiere esto decir que faltaran discrepancias entre el presidente Bosch y la dirección del partido.
José Francisco Peña Gómez, con su poderoso liderazgo, hizo amainar, durante más de una década, los vientos huracanados de la discordia en ese partido, pero sólo amainar. Las convenciones para elegir dirigentes y candidatos resultaron, sin dudas, menos traumáticas que las anteriores.
El último sacudimiento perredeísta ocurrió a propósito de las elecciones presidenciales del año 2004, con la repostulación del presidente Hipólito Mejía y el abandono del partido del entonces presidente, Hatuey De Camps, y una minúscula facción.
El resultado se expresó no sólo en la derrota electoral, sino en una merma considerable del entusiasmo y la mística perredeísta.
En esas circunstancias llegó la convención extraordinaria de 2008.
Miguel Vargas ganó con amplísimo margen esa convención, que lo convirtió en candidato presidencial.
A ese triunfo puede agregarse la victoria de levantar el ánimo y el optimismo de los perredeístas, que a pesar del vergonzoso uso de los recursos del Estado por parte del PLD y el gobierno, otorgaron a Miguel Vargas el 40.8 por ciento de la votación.
Aunque nunca ha sido un líder, sino un gerente, Vargas dejó en los perredeístas algo así como un regusto de victoria, tanto que llegó a hablarse de que éste fuera declarado ya el candidato presidencial para 2012.
Cualquiera hubiera pensado que a Miguel Vargas le entusiasmaría la idea de empollar los huevos de su futura candidatura. Pero sucede que Miguel Vargas quiere ser presidente del PRD, no obstante la incompatibilidad entre la candidatura y la presidencia del PRD.
Parecería que el partido carece de más dirigentes aptos para esta función. Pero no. Aspiran al puesto Ramón Alburquerque, actual presidente; Tomás Hernández Alberto, vocero emblemático; Juan Carlos Guerra, joven prometedor; Francisco Peña, síndico de Santo Domingo Oeste, y el inquebrantable Emmanuel Esquea, pasado presidente del PRD.
Entonces, mientras el país es devorado por la corrupción, mientras el narcotráfico corroe todas las esferas de la nación, mientras la delincuencia se traga al pueblo, mientras la producción agrícola está en su peor momento y el país se cubre de tinieblas, el PRD se diluye en una competencia para la que se aceitan armas pesadas.
Lo que pasa en el PRD conviene a un gobernante cuya voracidad de poder, en todos los sentidos, resulta difícil de saciar. Energía, talento y recurso se dispendian en el PRD para calificar y descalificar a sus propios dirigentes, mientras el gobierno del PLD reparte los recursos del Estado, sin que de ningún modo vayan a resolver los problemas del pueblo.
Lo que pasa en el PRD es para que hasta quienes no creemos en predestinaciones, pensemos que al mismo lo persigue un sino, que lo conduce a manejarse siempre entre diatribas y discordias. Pero no es así, todo hecho tiene su explicación en una causa que lo origina. La variable perturbadora, en este caso, la ofrece el hecho de que el hombre considerado con mayor potencial para la candidatura presidencial, quiere también presidir el partido.
Lo que pasa en el PRD complace mucho al gobierno.