Opinión

Los funcionarios públicos

Los funcionarios públicos

Oquendo Medina

 (y 2)
Todo funcionario, de nombramiento nuevo o viejo, debería tener por sabido que el gobernar o administrar una institución pública es un arte que requiere de mucha honestidad, responsabilidad y prudencia. En otras palabras, es sencillamente rendir un servicio pensando en Juan Pablo Duarte, en Ulises Francisco Espaillat y en Juan Bosch.

El buen funcionario debe prevenir a tiempo. Sólo así podrá identificar situaciones de riesgo y, a la vez, evitar que las prácticas corruptas afloren en la institución gubernamental que preside.

Está debidamente comprobado que la improvisación, la ignorancia y el engreimiento en una función pública siempre termina dando como resultado una pésima gestión administrativa, en donde las incapacidades y las ambiciones se convierten en piedras de escándalos permanentes.

Gobernar o administrar una institución pública es un arte que requiere de mucha honestidad, responsabilidad y prudencia

Los excesos en el ejercicio de una gestión pública conllevan a cuestionamientos verosímiles. La ingesta de codicia desenfrenada, por lo regular, suele traer consigo la propagación del germen de la corrupción.

Por tal razón, todo funcionario debería ser capaz de levantar un poco la cabeza, abrir los ojos, y observar más allá del bosque espeso que está enfrente de él.

El funcionario que no comprenda las funciones básicas de la transparencia y la eficacia en el servicio público, de la organización y la disciplina, de la ética y la prudencia en la administración pública, difícilmente pueda desarrollar y ejecutar políticas efectivas de calidad y de rendimiento positivo mientras permanezca en sus funciones como ministro o director general de una institución.

El Nacional

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