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Los Glinfy mística, arte y simbología

Los Glinfy mística, arte y simbología

Los Glinfy son parte del universo marino surrealista a los que el joven pintor dominicano Junior Reyes Ocre, sirve de delator y confidente.

Son coloridos personajes de agua, que trasuntan la universalidad y la épica de lo humano en superficie.

Abrevan en el crono inconsciente que en todo ser –artista o espectador-, tañe.

Se encuentran hermanados con toda la flora y fauna de la profundidad oceánica, y aunque carecen de estatutos en los  litorales del nervio óptico; respiran, aman, comunican.

Vibran al son y clima  de una erótica sin límites, y se tocan los bordes cuando las islas insisten en desconocer sus historias secretas, el origen de su martirologio y mitología maravillada.

Esquizia de ángel

Usted tiene dos caminos cuando bajo el azul muy hondo su mirada se enfrenta a la muy sensual, extraña y por ende casi humana de los Glinfy.

 Primero, enrostrarles que tras el azoro, su estulticia interplanetaria le ha dejado como herencia, el haz verde y amarillo de una perplejidad única e irreverente.

Segundo,  sumarse al confín que entreveran sus minutas de ensueño, aire, coral,, cópula o fábula.

La esquizia de los Glinfy convoca y rememora; juegan, hierven, amenazan, encantan.

Son hijos de la consumación del amor y del dolor.

Pero también de la duda, el esplendor, el murmullo y la inédita intemperie.

El encuentro

Desde que percibió su entorno rico en significancías simbólicas, la paleta surreal de Reyes Ocre no ha cesado un instante en el intento del trazado hábil de su fantasmática irascible.

Alerta el verde, prevé el amarillo, provoca el gris, sospecha el blanco sobre la una de la tarde, y una mezcla bermellón de fortuita transparencia acomete el calor de la carne que lo indaga, en franca sinfonía -a veces hierática-, con los sueños, la humana pesadumbre y el temblor.

Y es que los Glinfy, con toda su complexión de fantastica ebriedad, se le atraviesan a pintor entre los ojos y la memoria.

En los cuadros de Reyes Ocre aparecen rodeados de  mantarayas, tiburones, celentéreos rosa, langostas, gambas, cigalas, pulpos, caballitos de mar, estrellas con estelas como “novias fugitivas”, pólipos, burgaos, medusas y cefalópodos innóminados.

Sin ninguna catalogación serial apreciable, ni referencia episódica rimbombante.

Hechizo de  los Glinfy

Conocido como pocos de su generación en gran parte de  Europa, la obra plástica de Reyes Ocre había descubierto a los Glinfy en el recodo más infinito y puro de su primera infancia,  puesto que, nacido y permeado por las costas de El Caribe, no extraña que su paleta se regodee en la fiereza convocante del mar y sus misterios.

Exposiciones como “Planeta Mar” y “H2Ocre”, dos de sus primeras individuales, presenta unos Glinfy de cabeza redonda, vestidos de espanto o de pasión, según la amenaza que le provea la luz, sin dejarse ver los pies, mas si su zoo atribulado, particular y meditabundo.

Cuadros como “El hogar de los Glinfy”, “Hipnosis”, “Meditación”, “Paciencia”, “Apego”, “Dependencia”, “Colectores de oro”, “La cena”, “Hijos de lobos marinos”, “Ancestros del pirata”, “Cortejos”, “Listo”, y  “Efecto de la evolución”, nos presentan un mundo aún sin editar ni verbalizar, mas sí bien “rumorado” por una pintura fresca y novedosa, y por supuesto, por una imaginación dotada y litigante.

¿Hay dioses en el atareo marino, edípico y casi litúrgico de los Glinfy?

Creo que sí, pero acentuado en la pasión convocante, la evocación risueña y la conjura en que devienen a destiempo, trazos incorpóreos y tonalidades de inesperada eficacia.

Los cuadros de Reyes Ocre sorprenden por su lirismo, equilibrio, movimiento y vitalismo.

Su riqueza icónica, su multivocidad cromática, su emblemática inventiva y su alegórica simbología, compendian el entramado de una creatividad conceptual envolvente, dispuesta para historiar –y abreviar en-, los nuevos afluentes, los personajes impasibles, la fauna fantástica y la flora portentosa e  inimaginable.

Al tiempo en que se fijan -¿timidamente?-, al borde de los nuevos lenguarajes y las novísimas galaxias contenidas, que por inexploradas, han devenido  insólitas en su aprovechamiento compositivo y signico.

Simbología

Si es función de la crítica situar obra y artista, en tiempo, movimiento, estilo, escuela, grupo generacional y lugar de gestación, también lo es intentar desentrañar sus tópicos lúdicos, sus aperos rizomáticos, sus embestidas estéticas inconscientes, sus desmesuras politonales y polifónicas, su enmarañamiento filosófico y psicoanalítico, así como sus encabalgamientos ónticos y mass mediáticos.

La obra plástica de Reyes Ocre, joven en la vida y en el oficio -nació en el municipio de Nagua, provincia María Trinidad Sánchez en el 1976, su primera exposición colectiva fue 1998, y su primera muestra individual data del año 2007-, mas maduro y entrañable en su desvaine y resolución ontológica; responde a la reacción de un ser de extremos, pero abotargado por la alteridad que mediara y acosara los primeros días de una infancia enfretada a la inmensidad de un territorio de ensueño, pero advertido por los mayores, como lar peligroso, a la vez que infinito y fascinante.

El mar, pues, se le sucede pletórico de sentidos, augurios y mitos.

No congenia con el facilismo artistico de algunos de sus compañeros de generación, donde el mar se presenta como una simple entelequia que ha de servir sólo  de trasfondo, soporte o escenario, sobre la cual juegan a matar o amar, la furia de los elementos primarios, en coyunda con un culebrón donde aprendices de consarios y piratas, lidian con la angustia y el contrapeso sicótico de los espectadores. Siempre en procura suplicante de serena conspiración, con quien habría de eternizarlo en un acabado lacrimógeno de curiosidad, espanto,  dimisión y tragedia.

En la obra de Reyes Ocre el mar “se infamia”, volviéndose un habitáculo que la infancia ansía domeñar y compartir; ya que siendo un “lar nublado”, para los ojos que se estrenan en el mirar y en el fijar el alma en lo mirado, se impone el peso de “lo sentido”, y se enruta  lo descarnado de su propósito  y propuesta embrionaria: nacer diciendo, sobrevivir soñando, escenificar un temblor y una devoción, aminorar el despertar de esa otra realidad -que es el sueño de la infancia-, que en los otros podría dar lugar al estallido, que en la psiquis más compleja, supondría  la incorporación de una vendimia, la puesta en escena del montruo de la razón; mitad vigilia y sigilo, mitad denuedo y apetencia.

Para Reyes Ocre, el mar es un anhelo confinado. Un descuido de Dios que se ensanchó en el alma, dando tumbos de libertad a criaturas del aire, la tierra, el agua y el fuego.

 Un contrito cósmico -el mar-, que extendió sus dominios de células precoces, hasta la nada austera y naufragante.

De ahi la necesidad del pintor de hallarle hogar, sociedad y parentela a sus gnomos colorados, a sus trombas marinas, a sus fisuras agobiadas e  isotópicas.

Pintar es decir y es fundar. Un color, como un verbo, puede instaurar un mundo y esgrimir una idea.

Un lienzo, como una página; puede contar una historia, proponer un concepto y revelar un accidente de humana contingencia.

Color, lienzo, verbo y página, pueden volverse retablos de La Naturaleza, para cifrar un mito y hacerlo “su” realidad inconfesada, de espanto, bruma, magia o delectación.

El artista es un mezclado. Una simbiosis de la materia y lo sublime, de grave fantasía y visión agónica.

Es decir, todo artista es en esencia, un puente alucinante entre la clarividencia  y el desamparo.

Luego, todo es herramienta, utopía, oficio de tocar, aspiración, mirada e inmersión espasmódica.

Ya agónica, maleada o surreal, ya fantástica, como ingrávida, menesterosa y recurrente; la vida y la visión de un artista verdadero, siempre será potestad de una ingestión simbólica, en plenitud de goce, ámbito y desenlace.

El Nacional

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