Opinión

Los ingratos

Los ingratos

Dice el pueblo que “los ingratos no tienen memoria”.  Que al “que cría cuervos le sacan los ojos”. Con razón, José Martí, dijo que “la ingratitud de los hombres es la gran pena del mundo”.

El 15 de agosto del 2004 me dirigí al Palacio Nacional para acompañar al presidente Hipólito Mejía hacia su casa. Quería que bajáramos juntos las escalinatas del Palacio. No había muchas personas.  Sentado sobre el escritorio del general Carlos Luciano Díaz Morfa, hombre de grandes valores, le advertí al presidente sobre la soledad y la traición de muchos de sus funcionarios, amigos y compadres. Le prometí mantenerme a su lado: “Si al final de la jornada le quedaban cinco leales, yo, que no fui funcionario de su gobierno, que no busqué prebendas, que no me enriquecí, que no me hice su compadre buscando privilegios, lo acompañaré hasta el final. Si al terminar este camino nuevo que se inicia mañana 16 de agosto, le queda un solo amigo, puede usted estar seguro que ese seré yo. Y de gratis”. Creo haber cumplido mi palabra. Suelo decirles a mis hijos que la lealtad y la solidaridad no se compran en los mercados. “El que no es leal no sirve”, digo con frecuencia. Y para ser leal no hay que ser pusilánime ni perder la capacidad de pensar. A lo largo de estos años he tenido, y tengo, diferencias con Hipólito Mejía, pero en un marco de respeto mutuo.

Aunque nos hace creer que tiene un corazón de piedra, que no le lastima el alma la traición, ha debido sufrir mucho los últimos años por las embestidas, no de los enemigos, sino de  amigos. Una  parte fueron funcionarios del gobierno del PPH. Hipólito era bueno cuando un decreto tenía la virtud de convertirlos en millonarios. Ahora lo quieren ver muerto. “Esa es la naturaleza humana. Tienes que estar preparado para eso y más. Ahora, el que  no ha traicionado nunca un amigo soy yo. Ni lo haré”, dice con satisfacción.

Gracias a esa personalidad, que todo parece resbalarle, Hipólito no guarda rencor. Tal vez por eso le resulta tan fácil perdonar a quienes lo agraden o traicionan. A muchos los he visto irse de su lado. El los deja ir sin odios. La mayoría regresa. El los recibe con un abrazo. El pasado no le importa.

-Tienes que hacer un curso de vagabundería, como lo hice  yo para que no sufras tanto- Me aconseja con una sonrisa. Para mí no es tan fácil. Para mí, los traidores no pagan ni con la muerte. Lo aprendí en la otrora izquierda revolucionaria.

El Nacional

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