Opinión

Los karaokes

Los karaokes

Se ha puesto de moda, en la Zona Colonial, el karaoke, quizás el ejercicio de individualismo más triste que he podido presenciar. Bajo un círculo de luz brillante, frente a un grupito de amigos, micrófono en mano, un ser humano ejerce su derecho unilateral al estrellato, el cual, no ha sido sometido al escrutinio colectivo, que es donde genera, quiérase o no, el derecho a la notoriedad.

Hace años que el sistema político entendió que había que satisfacer las necesidades de protagonismo de la gente y para ello se inventaron los karaokes y los sellfies. Ahora todo el mundo puede pretender ser la estrella, pero lamentablemente de sí mismo, o misma.

Es el clímax de lo individual. Todo el que puede se compra una cámara y se convierte ipso facto en director de cine, en actor principal de por lo menos su propia vida, y ahí concluye su necesidad de trascendencia, lo cual garantiza que esa persona se salcoche en su propia salsa, como dice el pueblo.

Las mismas actitudes parecen estarse desarrollando en el plano político, cuando una pléyade de muchachos y muchachas, parece haber encontrado en las Marchas Verdes su razón de ser, su derecho al grito. ¡Y qué bueno que así sea!, solo que ese grito no puede constituirse en un mecanismo de exclusión.

Así, me he enterado del furor de una joven santiaguera, quien en las Marchas trata de impedir que gente con un historial de lucha de larguísima data, tanto en el plano profesional como político, participe en “sus marchas” y les robe la atención mediática que procuran o ansían; el protagonismo que creen se construye a través de las redes sociales.

Fidelio Despradel tenía 19 años cuando ingreso al Catorce de Junio, y no es necesario aquí enlistar sus múltiples esfuerzos: cárceles, tortura, persecuciones, en casi todos los frentes, en la lucha por la liberación de este país. Guillermo Moreno, y su esposa, no solo son dos juristas distinguidos, con una larga praxis profesional a favor de la honestidad y la integridad ciudadana, sino que han sido militantes de las mejores causas. Lo mismo puede decirse de muchos otros que hoy componen la oposición.

Que una pequeña burguesa santiaguera, recién iniciada en estas lides, se atreva a solicitarle a Luis Abinader, o a Guillermo, que no participen en las Marchas Verdes para que “no le roben protagonismo” con los medios, es no solo una frescura, es propio de quien se pretende como “apolítica”.

De la “apoliticidad” hablare en otro artículo, mientras me limito a recomendar que “ser verde” no se convierta en ser marciano, es decir pretender ser de Marte, algo que aprendí de los Paquitos cuando tenía siete años.

El Nacional

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