Opinión

Los limpiavidrios

Los limpiavidrios

Limpiar vidrios puede provocar un problema: aclara la visión. “La visión” (la espiritual, la que importa; y la elemental de eliminar una molestia del parabrisas).

Hace días una amiga colombiana me comentaba, admirada, que aquí la gente no sube los vidrios cuando se acerca la muchachada a limpiarlos y que los dominicanos sencillamente hurgan en sus bolsillos para darles los 20 centavos que les permitirán comerse dos panes y tomarse un refresco de desayuno.

“Allá, te arrancan las prendas, o te ponen un cuchillo en el cuello, para que les de todo lo que tienes. Y si te resistes te degüellan”.
Aquí, le dije orgullosa, andamos con una cajita con cambio que vamos distribuyendo en las esquinas donde están los muchachos. Ya nos identifican y no solo se acercan con una sonrisa, sino que pasamos a ser su ”papá” y “mamá”, y a escuchar sus cuitas.

Hay uno en mi esquina empeñado en casarse con la vendedora de periódicos y está apelando a nuestra mediación, sin éxito. Es nuestra contribución a cierto tipo elemental de convivencia.

Leer en las primeras planas titulares sobre el “Inicio de la retirada de los limpiavidrios”, por la Policía Municipal de la Alcaldía del DN”, demuestra una vez más como aquí se enfrentan los problemas de la extrema pobreza con represión, no con creatividad.

Si en vez de apresarlos, en una acción conjunta con el Ministerio de la Juventud (que para algo debe servir más allá de la pose, becas a los compañeritos y premiaciones que reniegan de la dignidad y la inteligencia social), a esos muchachos se les censa, se les dota de identificación, se les uniforma y se inicia con ellos un programa de alfabetización, o de estudios técnicos, nos los ganamos para la paz cotidiana, para la convivencia.

Eso no cuesta mucho dinero. Mucho menos que los calendarios anuales que, con fotos de sí mismo en todas las poses imaginables, publicaba el reputado como más vanidoso de todos los alcaldes del país; y del dineral que se gasta en perfumes y lujos de todo tipo. O mucho menos que el Bentley (carro más caro del mundo) que supuestamente el senador Valentín se comprara, para estupor de todos los que le creímos alguna vez.

Aquí, Distrito Nacional, David Collado está a tiempo de no imitar a Abel Martínez. Si partimos de lo que suponemos son sus valores familiares y humanitarios.

Si no lo hace, vamos camino a la impiedad de la juventud centroamericana (Las Maras), o colombiana, donde cuando matan, de manera totalmente desalmada, los muchachos responden que nunca supieron lo qué era la ternura o la piedad.

¡Ese es el vidrio que hay que limpiar!

El Nacional

La Voz de Todos