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Los  símbolos en  la literatura

Los  símbolos en  la literatura

Es inimaginable un correlato histórico que no tenga al símbolo como una expresión de un momento histórico poblado de espadas, catapultas, soberanos alzados en armas o ejecutando a un enemigo o rindiéndose ante él.

No hay símbolos inmotivados.

La amplia riqueza simbólica del mundo es el lecho oceánico que viene a revelar el autor de literatura.

Un símbolo, como declara Jean Piaget, no es un argumento, pero se inscribe dentro de una lógica y tiene una coherencia funcional del pensamiento simbólico

Todos corresponden a una preferencia, a una figuración y a un  decir u ocultar.

El ser humano es simbolista por excelencia y es esta una de las estelas indudables de su definición como homo sapiens independientemente de sus errores y torpezas  que también son historia e imagen de su imaginario y sustancia de su irracionalidad.

La lógica de los símbolos, dice Mircea Eliade, encuentra su confirmación no solamente en el símbolo mágico religioso si no también en el simbolismo manifestado por la actividad subconsciente y trascendente del hombre.

El signo, en cambio, se atiene más al lenguaje puro de la textualidad, de la complejidad lingual, de la organicidad léxica.

Signar el tiempo es descubrir su evolución y su fluir indetenible en las edades, las fatigas, las idas y venidas de la historia, del devenir constante,  de sus lastres, sus preferencias, su lamentable inclinación crítica y sus preferencias por la muerte.

Hay que reconocer que el tiempo también da vida  y nos regala el color, las reverberaciones, el otoño que es poético y las miserias de cada día.

En el esfuerzo creativo literario, el símbolo suele expresarse como parábola y como metáfora.

Es este un auxiliar imprescindible en la expresión poética, en las ideas del ensayista, en la cuentística y la novela. Es el escudo de armas escritural del guerrero y del linaje.

 Significan aquellas fuerzas y voluntades que están dotadas de las propiedades requeridas para hacerlo.

Todo símbolo configura una representación, una convención, una aproximación en ocasiones esotérica de un acontecimiento o de un fenómeno dado.

Simbolizan los pueblos, las costumbre, la vida cultural en general.

El símbolo carece de organicidad, de fundamento propio y de especificidad.

Signos y símbolos interactúan delineado sus respectivas especificidades.

Hermano recurrente del signo, el símbolo ha delineado pasiones y disposiciones y obliterado momentos que parecían signados por la eternidad.

Sus significaciones cambian, sufren mutaciones pero el trasfondo suele ser el mismo.

Sólo la modernidad ha prestado una gran atención sociológica y  unos cuidados antropológicos a esta particular creación humana destinada a mostrar y a mostrarse en “poderío y gloria”.

Los reyes y otros poderosos y guerreros casi siempre implacables, usaron el símbolo como un lenguaje alternativo, como una manera de mostrar y de demostrar, con una suerte de intuición de que la historia los iba a tomar en cuenta sólo si participaban al devenir y al porvenir sus hazañas, sus logros de guerra su poderío histórico.

El símbolo que decide una era y un momento histórico ha recorrido la vida humana como una lenta ecuación fáctica de sus variadas edades.

El símbolo signó el pretérito cuando no había otro modo de expresar la potencia y el poder y de los poderosos.

Vemos los museos y las bibliotecas, los alcázares y los castillos poblados de iconos de tipo religioso o profano como una danza  inevitable, como una ritualidad que configura ese lenguaje especializado.

Somos seres de símbolos incluso en nuestros sueños, cuando todo parece irreal. Soñar es simbolizar.

A ese efecto, Mircea Eliade afirma que “el deseo de unificar la creación y de abolir la multiplicidad, deseo que es él también, a su manera, una imitación de la actividad de la razón, porque la razón tiende también a la unificación de lo real.”

Esos, nuestros sueños, suelen ser tan surrealistas como simbolistas.

El monstruo es, por ejemplo, un símbolo nocturno en cuanto que traga y devora pero llega a ser diurno, nos dice Chevalier, en cuanto que transforma y vuelve a escupir un ser nuevo.

Advierte que si Theódule Robot ha podido escribir una lógica de los sentimientos, nadie ha conseguido hasta el presente ni tan siquiera esbozar una lógica de   los símbolos.

Así, Gilbert Durand destaca, de su lado, la bipolaridad de los símbolos.

En su variabilidad encontramos la simbolización metafísica, ética, religiosa, heroica, tecnológica, psicológica.

Cada símbolo correspondería a un tipo humano con su lado positivo y su lado negativo.

El Nacional

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