Opinión

María Trinidad Sánchez, Madre de la Patria

María Trinidad Sánchez, Madre de la Patria

SANTIAGO.- El sexismo dominicano, doctrinario, apasionado, ferviente, intolerante, resistente e intransigente, ha sido más que malagradecido a la hora de reconocer a quienes fundaron nuestra patria y solo vio a los hombres de febrero, los elevó hasta la exaltación de Padres de la Patria y negó a la historia la mitad femenina de la gloria nacionalista.

Todo a sabiendas de que sin las Febreristas o Comunicadas, la Nación no hubiera sido, historiadores masculinos de aquella época y de ésta, se empeñaron y empeñan en minimizar el arrojo de las mujeres que arriesgaron su vida encaminando la pólvora entre sus enaguas, prestando sus casas y participando en reuniones secretas, haciendo guardia, amaneciendo en la Puerta del Conde, cargando armas y muriendo por la Patria.

Esta ilógica ignorancia de la cultura patriarcal a la que nos adherimos, convierte las acciones en desigualdades, las desigualdades en injusticias y las injusticias en violencia, repitiendo lo de ayer, también hoy, por la ausencia de mecanismos ideológicos e internos de conciencia justa, en cada una de las personas, hombres o mujeres, cuando reciclamos los mitos y estereotipos machistas, sin reflexión. 

Misma causa del aumento de las violencias de género actuales – más de 30 feminicidios en el poco tiempo de este 2009-  que borra la necesidad de programas de prevención en nuestro país, partiendo del reconocimiento de ambos géneros humanos, de sus necesidades, de sus diferencias, del valor inmenso de cada uno y del respeto debido entre ambos.

Y para estas violencias, hasta ahora, en nuestro sistema socio cultural, solo hemos activado la justicia, desde la ley, desde las estructuras jurídicas y legales, así como desde su imaginario, para actuar más represiva que preventivamente, ya que cuando la violencia sale a flote, es visible y explícita y solo permite resolver desde los hechos consumados. Sin embargo, dejamos la gran plataforma de la violencia latente, sumergida en un mar de manifestaciones culturales y estructurales que por su naturaleza mítica, ni se ven ni se sienten, pero si se sufren.

Precisamente, la falta del reconocimiento histórico de las mujeres es una violencia latente, disfrazada y oculta por cientos de mitos y creencias, de la que resulta la ignorancia y falta de crédito a las acciones femeninas, iguales en número y en intensidad que las masculinas. (Y de burla, tenemos grandes avenidas que honran masculinos próceres de imperios que nos subyugaron, como Churchill, Lincoln, Summer y también otros prohombres latinoamericanos y más cercanos, ¡olvidándonos de las inmoladas!)

¿Cómo es posible que María Trinidad Sánchez, no haya tenido a estas fechas las más grandes honras por su Amor a la Patria? Y decimos ella, porque su patriotismo la llevó a ofrendarse como sólo lo hacen los grandes espíritus, con energía, dignidad, orgullo, decencia, seriedad y nobleza, atributos que no se encuentran fácilmente en los declarados héroes masculinos y hasta en los llamados Padres de la Patria.

¡Qué lapsus tremendo y dicotómico el de tener una paternidad patriótica tridimensionada y huérfana de madre, que hasta atenta contra la lógica legendaria del patriarcado, donde la familia se compone y “normaliza” sólo cuando conviene a los intereses de la misoginia. De lo contrario, como es en este caso, se designa lo femenino como ausente y su figura se esconde en un baúl de recuerdos apretujados y arrugados por el hacinamiento, que el sentido común, el razonamiento y la sensatez, sacan al aire de vez en cuando.

Como en el febrero de nuestra Patria, cuando Baltasara de los Reyes, Juana Saltitopa, Concepción Bona, María Trinidad Sánchez, Rosa Duarte y Diez, Petronila Abreu y Delgado, Micaela de Rivera de Santana, Froilana Febles de Santana, Rosa Montás de Duvergé, Josefa Antonia Pérez de la Paz (“Chepita”), Ana Valverde, María de Jesús Pina y Benítez, y tantas otras, se implicaron hasta la misma altura de sus compatriotas masculinos y más allá, que ser mujeres entonces era más difícil que ahora!

¡Es que si decimos que existe democracia, hay que nombrarlas y reconocerlas!

(susipola@gmail.com)

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