Opinión

Mil flores

Mil  flores

Cuatro asesinatos sacudieron mi entonces joven alma católica: el de Amín Abel, en brazos de su embarazada esposa e hijito de un año; Otto Morales, casi en brazos de sus mejores amigos; Orlando Martínez y el de Virgilio Perdomo.

Por eso, y porque Dios vomita a los tibios, cuando camino a la Universidad recibí un volante invitándome a una manifestación frente al Consulado Dominicano en Nueva York, no dudé en dar un paso al frente y allí conocí a quien es hasta el día de hoy más que una amiga una hermana: Dinorah Cordero.

Nunca me había asomado a los predios de la izquierda (venía de la Juventud Estudiantil Católica), y allí conocí gente extraordinaria, pero también al resentimiento social disfrazado de retórica revolucionaria, “posiciones correctas” y la incapacidad convocatoria justificada con todo tipo de agresiones. Yo tenía dos cosas en contra: “Mis orígenes pequeño burgueses” aunque mi familia no era dueña de ningún medio de producción; y que vivía en Jackson Heights, un barrio clase mediero de Queens.

Frente a la embestida de los “correctos revolucionarios” yo respondía: ¡Aprovéchenme! Aprovechen que hablo tres idiomas, que trabajo en la ONU, que conozco gente a la que ustedes nunca tendrán acceso. Y eso Dinorah lo entendió y siempre me protegió de la psicopatía política, de la envidia encubierta como “ideología”.

No todos tuvieron la suerte que yo de encontrar una Dinorah y por eso retrocedieron espantados de las filas de una izquierda perseguida, difamada, infiltrada, decimada, que se mataba a balazos porque era “pro rusa” o “pro china”, o “Estalinista versus Trokista”; y nunca pro Duarte, pro Fanón, pro Hostos, pro Maceo, pro Martí, pro Minerva, pro Ercilia Pepín, o Rosa Duarte.

Hoy que gente buena y seria quiere acercarse a la izquierda, para impedir que el cáncer de la impunidad y desgobierno haga metástasis, hay que practicar más quenunca la enseñanza de que florezcan mil flores y mil escuelas de pensamiento y no menospreciar a nadie porque sea “social demócrata”, o no se haga eco de nuestras lucubraciones políticas, o “brillantez teórica”.

Es tiempo de sumar a quienes ya concluyeronque “esto se jodio” y se preparan para abandonar el país. Es tiempo de infinita paciencia, infinita tolerancia e infinita ternura, porque a fin de cuentas no podemos confundirnos de enemigo. Esto no implica ocultar los desacuerdos, o nuestras verdades, pero con el objetivo de que el otro u otra entienda y crezca, no convirtiéndonos en el lobo loba del otro u otra.

Así no sumamos, y nos vamos quedando solos y solas en nuestra torres de marfil, proclamando como verdades lo que no hemos consensuado, porque de llaner@s solitari@s está lleno este país.

El Nacional

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