Tomás Rafael Sosa Rodríguez, dominicano de 52 años, que vivió 20 en Estados Unidos, regresando al país con dinero acumulado y bien establecido en la comunidad de Estancia Nueva, Moca, asesinó a su compañera de los últimos dos años, a una tía y una prima de ella.
Las víctimas, Andreína Espinal, pareja del feminicida, María Espinal y Vanessa Espinal, tía y prima de ella, de 24, 43 y 25 años de edad respectivamente, sucumbieron al triple feminicido, abatidas por varios impactos de bala realizados por Sosa Rodríguez con una pistola calibre 9 milímetros que portaba con permiso legal.
Andreína, objeto primero de la violencia del agresor y feminicida, deja una niña de 6 años de edad, fruto de una relación anterior y muestra un destino casi predecible en las jóvenes mujeres que empiezan vida de pareja a temprana edad. La familia de estas niñas-adolescentes-jóvenes, las empujan a encontrar un ¨hombre con posibilidades¨ que se haga cargo de ellas. Entienden que si ya ¨es mujer¨, puede y debe ¨arreglarse sola¨, entregándolas al designado con alivio y entendiendo que, a partir de ahí, estará ¨aposentada¨.
Como dijera la especialista mexicana Julia Monárrez, la práctica feminicida, producto del sistema patriarcal, comprende toda una serie de acciones y procesos de violencia sexual, que van desde el maltrato emocional y psicológico, los golpes, los insultos, la tortura, la violación, la prostitución, el acoso sexual, el abuso infantil, el infanticidio de niñas, las mutilaciones genitales, la violencia doméstica, la maternidad forzada, la privación de alimentos, la pornografía, hasta toda política, tanto personal como institucional, que derive en la muerte de las mujeres. Todo esto tolerado y minimizado por el Estado y las instituciones religiosas.
En Moca, con Andreína, su tía y su prima, fallaron todos los controles, empezando por el familiar y el entorno inmediato, con padre y madre que ¨no sabían¨, vecindario que ¨si sabía, pero no se metía¨, amigas que presenciaban violencias horribles pero no denunciaban y en fin, un sistema desarticulado, adormecido entre el agobio y la necesidad, con poco apoyo económico para desarrollar estrategias de prevención mínimas, con poca comprensión del fenómeno y sin interés local y nacional, ni registro adecuado de estos crímenes.
Hace casi 20 años que en nuestro país se habla del feminicidio, demasiado tiempo para que no se entienda que es emergencia nacional desde que supimos que una media de 200 dominicanas son asesinadas por ser mujeres cada año. Estamos muy mal, y seguiremos peor mientras no desmontemos las causas que producen estos crímenes.