En nuestro tránsito cabe la famosa salsa del finado Héctor Lavoe cuando dice que, la calle es una selva de cemento, y de fieras salvajes, cómo no, ya no hay quien salga loco de contento, donde quiera te espera lo peor Atreverse a salir a calles y avenidas en el país es seducir a la muerte. Una mayoría de conductores maneja de forma temeraria, poniendo en riesgo la vida de las personas y destruyendo propiedades, además de convertir a las ciudades en infiernos imposibles de transitar.
Ocupamos el segundo lugar entre países con más muertes por accidentes de tránsito en el mundo, en relación a su población, con una tasa de 41.7 por cada 100 mil habitantes, según datos de la OMS.
Las ciudades nuestras son pandemonio en donde cualquier forajido, conduciendo de manera vil (como el facineroso que mató a mi hermana, y que luego salió en libertad con la complicidad de autoridades), arranca la vida a personas inocentes, y transforma las calles y avenidas en un infierno en el que llegar vivo a la casa parece un milagro.
Choferes que desobedecen la luz roja del semáforo, conductores manejando a altas velocidades, motoristas imprudentes, irrespeto a toda la ley de tránsito, cientos de chatarras circulando, personas conduciendo sin seguro, jóvenes echando carreras en avenidas, conductores embriagados , hacen de nuestras arterias el sendero de acceso a la muerte segura.
Mucha gente que conduce un auto, cruza los túneles a velocidad extrema. Igualmente, las señales de tránsito son adornos que nadie obedece y las calles se han convertido en antros de poder donde el ciudadano o ciudadana despojado de esta patente de corso ve su vida peligrar al momento de una simple colisión con estos minotauros, que son, ciertamente, heraldos de la muerte.