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Narcisazo interrogantes imperiosas sobre crímenes de Estado

Narcisazo interrogantes imperiosas sobre crímenes de Estado

Es muy difícil que una persona muerta, no importan las habilidades y los dones que la hayan adornado cuando vivía, pueda deshacerse de su propio cadáver. ¿Cada qué tiempo puede suceder tal singularidad en el tiempo, la sociedad que sea, en las circunstancias que sean?

En toda la criminalística universal no se dan ese tipo de situaciones.

Toda muerte deja algún vestigio, una secuela, un dato aún sea de sesgo, aún sea inmaterial.

Nadie puede desaparecerse a sí mismo.

El suicidio tiene características que responden a una tipología lógica, a un afecto más o menos específico.

El crimen con desaparición, por igual, deja indicios del hecho fraguado, maquinado y el deshacerse del cadáver acusador es uno de ellos.

¿No hay acaso, no había, una lista “negra” de personas que eventualmente, en determinada coyuntura, se hacían pasibles de ser eliminadas? Se supone que ese tipo de actuaciones pertenece a las prioridades de seguridad en un régimen de fuerza desembozado.

Es muy raro que el juego de apuesta a los caballos convierta a un hombre en suicida, sobre todo si en toda su vida y ni siquiera en sus peores momentos, haya dado demostraciones de intentar el suicidio.

¿Qué lógica argumental puede tener una idea de esa naturaleza vertida como para que la crea cualquier leguleyo, no una investigación criminalística seria y consistente si la hubiera?

¿Por qué el mismo día en que se ofrecen estas afirmaciones ante la opinión pública nacional e internacional “aparece” el presunto  cráneo de un hombre, con una nota, como para decorarlo, al lado, que no dice nada ni deja de decir y que más bien parecerían querer despistar la investigación.

¿Por qué hay una insistencia tan tardía y tan descontextualizada sobre la tesis del suicidio?

¿Cuántas personas, notables o no, se suicidan diariamente en la República Dominicana por tener dificultades de cualquier naturaleza, con su pareja de toda la vida?

¿Puede un hombre con firme acento ideológico suicidarse como de vaina, sobre todo después de hacer un pronunciamiento que evidentemente hería a un jefe de Estado activo y reconocidamente vengativo, que ha confesado más de una vez con hechos y palabras su disposición a resistir por todos los medios las reales o supuestas ofensas personales contra sí y contra su familia?

¿Por qué todo un jefe de Estado que prometió como una de sus prioridades la investigación a fondo de un crimen conmovedor, de Estado, evidentemente, dejó pasar más dos períodos de Gobierno sin cumplir su palabra e evidentemente desinteresado del tema candente, se le ve inclinado a la triste figura del suicidio que antes nunca nadie se había siquiera imaginado?

¿Es o no cierta la versión que da más de un relator anónimo sobre el apresamiento, la posterior tortura de la víctima, un fogoso dirigente social y profesor universitario conocido como Narciso González, en un recinto militar de la capital dominicana y la aún posterior entrega a la Policía de los despojos, institución que se negó a recibirlos y que éstos fueron a estrellarse contra el fondo del océano, lanzado desde un helicóptero militar en un área costera noroestana?

Eran raros, por cierto, los crímenes de esa naturaleza y de otras parecidas, bajo el orden político que presidiera el caudillo en cuyo último período de Gobierno sucedieron estos y otros acontecimientos espantosos?

Nadie ha percibido en las palabras de esa caudillo el cierre acaso definitivo del caso criminal al declararle a la esposa del asesinado que en ese tipo de desapariciones era muy difíciles encontrar culpables y que él no tenía la manera de esclarecerlo?

¿No dice nada esa presunta impotencia a la inteligencia despierta de los dominicanos?

Los argumentos más recientes para explicar una muerte de la naturaleza de la examinada se hunden en su propia inorganicidad, reviven suspicacias y muestran cierta desesperación por concluir un episodio latente de la historia del crimen político en nuestro país.

UN APUNTE

Familiares, ex compañeros de militancia política y amigos atribuyen la desaparición de Narciso González a un crimen de Estado, del cual responsabilizan a militares ligados al entonces presidente  Joaquín Balaguer, por los pronunciamientos del catedrático sobre la forma en que logró mantenerse en el poder después de las cuestionadas elecciones del 1994.

 

El Nacional

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