La sociedad se erige sobre la familia, institución primigenia que nace en el vientre de la madre, un ser de naturaleza divina, sublime fuente de amor, sacrificio, solidaridad y ternura, valores que también son cimientos de la civilización humana.
Igual que el universo, la pasión y adhesión de una mujer hacia el fruto de sus entrañas no tiene límite ni reverso, comparable solo con las luces de todas las galaxias y estrellas del firmamento.
Ni toda la eternidad seria tiempo suficiente para que un buen hijo retribuya siquiera una mínima parte del inagotable caudal de amor que dispensa una madre, cuyos besos y abrazos son como bálsamo que borran del alma todo vestigio de angustia o sufrimiento.
Aunque por la divinidad de su vientre, todas las mujeres poseen el linaje de la virgen María, son cruentos los escenarios de miseria, exclusión e inequidad que padecen miles de madres y sus hijos, compelidos a reeditar el calvario del mártir del Gólgota.
Con el escudo de lo imposible, la madre defiende cada día a sus hijos de una serpiente de la injusticia que procura inocular sobre la epidermis familiar veneno de desempleo, inflación, escasez, especulación, inseguridad, violencia, drogadicción y alcoholismo.
Una legión de niñas ha sido convertida en madres a destiempo por eructos de una sociedad machista, cuyas autoridades, indiferentes y negligentes, dan aquiescencia como acción lícita a la violación sexual perpetrada por un hombre depravado contra una menor.
Sin hacer caso a las serpentinas mercadológicas, todos los buenos hijos se inclinan hoy reverentes para tributar amor, respeto y admiración por ese ser especial, de vientre divino, hilo de la creación e inagotable manantial de bondad y ternura.
Al festejarse hoy el Día de las Madres, El Nacional rinde homenaje a todas las madres dominicanas, ante las cuales formula votos por su ventura personal y la de sus familias, al tiempo de recordar con igual respeto y admiración a todas las progenitoras fallecidas.
