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Noche musical irrepetible

Noche musical  irrepetible

Difícilmente pueda repetirse un espectáculo musical equiparable al de la gala inaugural de la Temporada Sinfónica 2017 de nuestra máxima agrupación orquestal en el Teatro Nacional.

Dedicada al recientemente fallecido director de nuestra sinfónica, Jacinto Gimbernard, contó con la participación de los ganadores del Décimo Octavo Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O/Shea.

En el inicio del espectáculo, y en su condición de concertina provisional, Zvezdana Radojkovic se inclina ante la silla que hubiera ocupado el fenecido Pavle Vujcic, y sobre la cual lucía sus pétalos una blanca flor.
Pocas veces he escuchado una ovación tan larga y cálida en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional, como la que tributó de pie el público asistente al gesto de la destacada violinista.

Fue un merecido homenaje póstumo de admiración y cariño, como el que se dedicaba al diestro y afable intérprete en cada una de sus salidas a escena para iniciar los conciertos.

No pude contener las lágrimas, que permanecieron en mis ojos durante la interpretación por la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la conducción de su director, el Maestro José Antonio Molina, de nuestro canto patrio.

Otro momento emocionante previo a la actuación de los galardonados intérpretes fue la entrega a la presidente de la Fundación Sinfonía, Margarita Copello, de la Medalla de Honor de la Fundación Albéniz.

La entregó el Ministro consejero de la Embajada de España, Rodrigo Campos, como reconocimiento a su labor de promoción de la música y de los jóvenes talentos de la más universal de las bellas artes.

El ganador del primer premio, el español Juan Pérez Floristán, leyó una emotiva felicitación a la distinguida dama, enviada por Paloma O “Shea creadora del concurso pianístico internacional.

El ganador del tercer premio, el chino Jianing Kong, interpretó el Concierto número 2 para piano y orquesta de Fréderic Chopin, de una forma que se me ocurrió describir como serena, suave, reposadamente segura.

Y recordé algo que leí en días de juventud, acerca del compositor y pianista polaco, donde un musicólogo le negaba la condición de autor del periodo romántico, por las características de su personalidad y de su obra.

Citando a la amante de Chopin, la escritora francesa Aurora Dupin, quien afirmaba que este se mostraba reservado hasta en los momentos del contacto íntimo, decía que sus obras carecían de exaltación revolucionaria y sentimental.

Y el limpio recorrido melódico de Kong tuvo plena compenetración con el misterio que brota de los dos conciertos para piano del llamado gran exquisito, que tal vez compuso con las fiebres inherentes a la tisis.

Entre los asistentes a los conciertos sinfónicos hay añejos cultores de ese género, iniciados de mediano conocimiento, y personas que una vez disfrutan del espectáculo se olvidan de los nombres de las piezas, de sus autores, y hasta de los intérpretes y directores.

Pero generalmente todos son impactados mayormente por las composiciones de ritmo acelerado y vigoroso, y esto fue lo que ocurrió con el Concierto número 1 de Franz Liszt, acelerada y vigorosamente identificado en su diestra interpretación por el solista coreano David Jae-weon Huh, ganador del segundo premio del Concurso de Santander.

El primer premio correspondió al español Juan Pérez Floristán, quien sorteó con galanura autosuficiente los obstáculos del Concierto en Sol Mayor de Maurice Ravel, variada composición, que al igual que las mujeres pudorosas, entregan sus encantos con obstinada o mediana resistencia.

Un detalle que merece destacarse de este concierto inaugural de la Temporada 2017 de nuestra Orquesta Sinfónica Nacional es que quienes trazaron la ruta a las notas musicales fueron tres destacados directores dominicanos: Santy Rodríguez, Guillermo Mota, y José Antonio Molina.

Al finalizar el espectáculo recordé a Camille Mauclair en su interesante obra La religión de la música, donde describe la expresión ausente en el rostro de las personas que salen de los conciertos sinfónicos.

Porque todavía mientras intentaba conciliar el sueño en mi lecho cerca de la medianoche, me sentía como flotando en una nube de ensueño, en gran medida por el orgullo que me produce saber que tenemos una magna orquesta sinfónica a la altura de las mejores del mundo.

Coincido en esa opinión con la eximia pianista española Alicia de Larrocha, después de actuar con su acompañamiento.

El Nacional

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