Opinión

Oscar Ternura

Oscar Ternura

Debí de suponer que si el destino me había vuelto a poner al lado de Oscar era por una razón fundamental. Quizás para que le salvara la vida como el me la salvó tantas veces cuando perdí el norte, y me supo llevar a un grupo de meditación, donde aprendí sobre Sai Baba, y a un retiro en un monasterio en Jarbacoa, donde compartí con él y sus hijos el silencio por varios días.

Oscar Hungría Ternura era así. Aparecía y desaparecía como un ángel y cuando menos lo esperaba lo encontraba en Costa Ámbar o en Puerto Plata, o luchando para que la Chocolatera no fuera víctima de la voracidad de los constructores, y en reuniones de todo tipo con artistas y gente que se creía artista y tenía una vida de ensueño.

Lo conocí cuando regresé al país, un bellísimo hombre con una bellísima compañera y la amistad fue inmediata. Trabajaba intensamente en un poema a Nadia, el poema de nadie, y nunca estaba conforme y lo escribía y reescribía.

Yo compartía la vida con Frank Almánzar, había regresado hacía poco de Holanda y estaba deslumbrada con las casas botes, llenas de geranios multicolores. Formamos un grupo de artistas y decidimos que íbamos a comprar uno de los viejos barcos fondeados en el Ozama, pero no imaginábamos las trabas burocráticas, el altísimo costo de esos cascarones solo en metal. Para nosotros conseguir el préstamo no era el problema, era cruzar en bote al otro lado todos los días para que yo pudiera cumplir con mi trabajo, en ese entonces como directora de educación de Pro familia. Yo casi me había ahogado en el África y tenía el terror de caerme al agua, con saco, falda y maletin y esa era mi limitante.

Nos concentramos entonces en el alquiler de la casa de Gay Vega, pero ahí se desintegró un par de parejas y entonces ya no éramos el grupo original y nos desencantamos.
Fue siempre así con Oscar Ternura. Él pensaba que todos los proyectos eran posibles y se aplicaba con tesón a hacerlos realidad. Por eso nos acompañó a Nicaragua como observador de las elecciones y casi murió con nosotros en Matagalpa cuando se armó un tiroteo.

Era un gran lector del I Ching y compartíamos conocimientos esotéricos. Siempre me encontraba cuando lo necesitaba, y viceversa. Solo que esta vez, a pesar de que me lo pusieron al lado, no pudimos adoptar una rutina de conversaciones y caminatas, porque yo siempre ando súper ocupada, y a él le faltaba ánimo. La vieja historia de los desencuentros dominicanos, con tantas posposiciones del cariño. Oscar Ternura Hungría me perdonara y reasumiremos donde se encuentre.

El Nacional

La Voz de Todos