Opinión

Pobres ricos peloteros

Pobres ricos peloteros

Pedro P. Yermenos Forastieri

Antonio es un amigo que recibe mi automóvil cuando lo llevo a lavar al lugar donde trabaja. Es contrastante el efecto que producen tantos vehículos de alta gama que debe acomodar para facilitar su embellecimiento y el precario motorcito en el cual se desplaza desde un desaliñado espacio de la parte oeste de la ciudad, donde subsiste con su empobrecida familia.

“Doctor, un día de estos voy a traer a Luis, mi hijo de 14 años, para que lo conozca, juega pelota y todos dicen que será un gran pelotero, hay varios equipos interesados para firmarlo”. Semanas después conocí al prospecto que, por razones obvias, constituía la gran ilusión de un padre responsable, pero desesperado por la insuficiencia de sus ingresos para solventar los gastos de su entorno familiar. Confieso que mi primera impresión fue que el trabajo físico, mental y nutricional para hacer realidad el sueño de mi amigo debía ser arduo.

De ahí en adelante, cada encuentro entre nosotros era motivo para el progenitor comentarme los avances de su descendiente, mostrarme videos e informarme del curso de su proceso, de su reclutamiento en la academia del equipo, de sus viajes al exterior, su alimentación especial y el rigor de sus entrenamientos.

Toda la vida de mi amigo y su familia en pleno, gira alrededor de la expectativa de que se concretice la firma del muchacho, que logre llegar a las Grandes Ligas y que, en consecuencia, de esa forma puedan beneficiarse del cambio dramático que eso implicaría respecto a su calamitoso presente.

Imposible no establecer vinculación entre esa condición económica-social, que es la que caracteriza la mayoría de nuestros peloteros, con los frecuentes problemas en los cuales se involucran en Estados Unidos por consumir sustancias prohibidas con las que persiguen incrementar rendimiento.

Bastaría reflexionar sobre la diferencia que significaría que el proyecto de Luis resulte exitoso o que, al contrario, termine en fracaso como ocurre con casi todos. Presentada la disyuntiva entre asumir riesgos haciendo algo indebido para contribuir al éxito, o dejar de hacerlo disminuyendo probabilidades, no es fácil y requiere demasiada entereza optar por lo segundo.

Después de establecerse en el negocio, los retos son otros, pero las tentaciones idénticas, con presiones difíciles de manejar para un súbito rico que, por exigencias del deporte y dificultades de su medio, no pudo hacer más que internarse en un estadio. Eso explica lo de Canó y tantos otros.

El Nacional

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