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POR SU ACCIONAR

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Trump camino al  impeachment 
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Con la cuestionable institucionalidad de que son los Colegios Electorales y no los votantes quienes deciden la escogencia de la presidencia imperial de los Estados Unidos, el magnate inmobiliario Donald Joseph Trump fue escogido el 20 de noviembre de 16 como el 45 presidente de la Unión.
En las votaciones generales normales, Trump obtuvo 59, 505,613 votos y Hillary Rodhan Clinton 57,752,805, una diferencia de 10,262,192 votos, pero en los Colegios Electorales, en un total de 290 votos, Trump obtuvo 264 y Hillary 215, una diferencia de 78 votos, y el final del conteo fue de un 47.1% Hillary y 48.2% Trump.
Con los humos pasionales de la contienda electoral no disipados, voces densas y tronantes surgieron dentro y fuera de la Unión, exigiendo eliminar un diseño electoral inequitativo, que no se corresponde con la altura de los tiempos, idéntico a la primera enmienda redactada por los padres fundadores, en tiempos de guerra, otorgando permiso de portar armas a todos sus ciudadanos.
Contrario a sus 44 predecesores que desde sus inicios propugnaron por la concertación con sus conciudadanos y las relaciones con sus socios, el presidente Trump escogió la confrontación en ambos escenarios, modificando el Obamacare que beneficiaba a 49 millones y amenazando con suspender los fondos a las llamadas ciudades santuarios, opuestas a la política agresiva en su irreflexiva de Trump para deportar a inmigrante irregulados, estrenando una catarata de 39 órdenes ejecutivas (decretos), anticipándose a las inherentes prerrogativas del Congreso para tamizar ese tema, anunciada el 13 de noviembre de 2016, una semana antes de las elecciones.
Concerniente a los lineamientos de la política internacional, el flamante presidente Trump escogió la confrontación, tildando de obsoleta a la OTAN, instando a las multinacionales asentadas en México desmantelar sus estructuras y retornarlas a su origen, reiterando su propuesta electoral, que completa construir un muro en la frontera con México y deportar a sus inmigrantes indocumentados, sin contemplaciones ni pausas, asegurando que su vecino sureño pagará la construcción del cuestionable muro, suponiéndose con el gravamen de un 20% de sus exportaciones, que superan los US$500 mil millones.
Reeditando una versión de Júpiter tonante, el nuevo inquilino de la Oficina Oval avanza modificar todos los acuerdos comerciales con Canadá, México, el Caribe y Transpacífico, alegando perjudican la economía estadounidense, argumento que, conforme a los entendidos, ilustrados, no resiste una prueba justificante.
Precisó aumento de presupuesto militar, reducción de impuestos, gravamen a las empresas bastión del ISIS en Siria; el 9 de febrero de 2017, antes de juramentarse, emitió la orden ejecutiva para combatir el crimen organizado.
En los inicios de su imprevisible administración, el presidente Trump ha demostrado una marcada preferencia por los dictadores, demostrativo que con la excepción del presidente de la Autoridad Nacional de Palestina, Mahmud Abbas, que recibió en la Oficina Oval el 3 de mayo de 2017, invitó a los dictadores de Turquía, Reyep Tayyip Erdogan el 16 de mayo de 2017, y del Estado de Israel, Benjamín Nethanyau.
Esa inclinación ostensible por los gobernantes fuertes la manifiesta Trump cuando el primero de mayo de 2017 elogió al conflictivo y contestatario dictador de Corea del Norte, Kim Jon-un, expresando: “Es un tipo listo y me sentiría honrado con un posible encuentro”…
Manifiesta su fascinación por el zar ruso Vladimir Putin, con quien se entrevistará en julio, y en esa vertiente al dictador egipcio Abdelfatah al Sisi, y el primero de mayo de 2017 anunció que recibirá al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, acusado de eliminar a miles de filipinos acusados de delincuentes, toda una caterva de gobernantes de recio proceder, como el suyo, conforme al decir cibaeño, de que “aves de una misma pluma, vuelan juntas”.
Pero Estados Unidos no es Turquía, Israel, Rusia, Egipto ni Filipinas, porque existe un Congreso que aunque dominado por los Republicanos, honra normas y procedimientos redactados por los padres fundadores, inspirados en preservar la separación de los poderes que enunció por ver primera Carlos de Secondat, Barón de Montesquieu, como el soporte sine qua non de la democracia.
Empero, el quid de la administración Trump, además de todo ese tinglado envarado, puede resumirse en lo que es posible derive en el final abrupto de su gestión, con la figura del impeachment del que se menciona con ruido de afluente que se percibe desbordado, con el caso de sus contactos con Rusia durante la campaña electoral, que dio al traste con la destitución relámpago del en ese entonces director del FBI, James Coney.
“Trump se Nixoniza”, editorializó el madrileño diario El País el 11 de mayo de 2017, en alusión al impeahment al presidente Richard Nixon por ocultar unas escuchas a demócratas en el hotel Watergate, de Washington.
Ahora la figura del impeachment es más valedera tratándose de asociación con otro país para desestabilizar la candidatura presidencial de un contrario.
“El impeachment de Trump, un abismo al que pocos quieren mirar todavía”, intituló una noticia servida por EFE el 19 de mayo de 2017.
Los contactos con el embajador de Rusia, Serguey Kislya en la campaña electoral para dañar la reputación de Hillary Clinton de que es sospechoso Jared Kusner, esposo de la hija del gobernante, Ivanka, judío, a quien se atribuye una apreciable influencia en su suegro.
El tema es crucial y requiere una versión más ampliada y completa.

El Nacional

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