Opinión

Premios Nacionales

Premios Nacionales

Cuando me enteré de que los Premios Nacionales de Literatura eran otorgados por un Consejo de Rectores de Universidades, me deslumbré con el concepto democrático detrás de esa decisión. Me dije: Esas universidades a través de sus Departamentos de Letras, convocan al estudiantado y estos, previa encuesta, proponen sus candidatos/as, para el premio. ¡Qué manera tan ingeniosa de promover la literatura!.

No tardé mucho en darme cuenta de que, como frente a toda utopía, existe una teoría y una realidad.
Esa realidad se evidenció en los relatos de los mismos escritores sobre cómo se obtiene el premio y el afán que cuesta “darse a conocer” por los propios rectores, en muchos casos vía ágapes. También sobre el peso que tienen los enllavismos en este proceso.
También me enteré sobre como académicos de otras disciplinas, apoyándose en sus universidades, aspiran al premio, aunque este es un premio nacional de literatura, donde lo que se toma en cuenta es precisamente la producción literaria en el género que sea y su difusión nacional.

¿Cómo se valida esa presencia escritural? ¿Cómo se otorga un carácter “nacional” a sus obras? He ahí la única garantía de que los premios ameriten el calificativo de “nacionales”.

Hace poco observé los esfuerzos de un escritor de provincia por darse a conocer. Mientras yo organizaba la presentación de la obra de teatro Andrea Evangelina en su campus, este llenaba el recinto de carteles con el listado de sus libros y sus fotos. No se presentó, no vino a darnos la bienvenida, no fue ala obra. Desconocía el carácter casi masónico de ser escritor/a, algo que practican a manos llenas escritoras como Emelda Ramos, de Salcedo, o Johanna Goede de Puerto Plata.

En Cuba, el galardón de Premio Nacional se gana. Paralelo al premio a toda una vida dedicada el ejercicio escritural y las publicaciones, todos los Premios nacionales se trasladan en guaguas en una Feria del Libro paralela a la de La Habana, para que todo el país los conozca.

En las provincias se organizan conversatorios abiertos donde intercambian con la gente y gracias a ese mecanismo todos también se van conociendo entre sí, derrumbando los muros de sus posibles prejuicios mutuos y sentando los cimientos de una posible amistad.

Así, he tenido el privilegio de conocerlos casi a todos, gracias a la amable invitación del Ministerio de Cultura, responsable de organizar los viajes que duran, en promedio, dos semanas por región.

Algo a emular por la Feria del Libro Dominicana, que aún tiene que ganarse el mérito de ser nacional, y que ahora, con Ruth Herrera a la cabeza, con vasta experiencia editorial y promocional del libro, quizás podamos ir consolidando.

El Nacional

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