Opinión

QUINTAESENCIA

QUINTAESENCIA

Rafael Ciprián

Jueces en lucha

 

Los jueces dominicanos están librando en la actualidad una lucha para que se cumpla la norma que le asigna al Poder Judicial el 2.66 por ciento del presupuesto nacional. Y esto se parece mucho a los acontecimientos que narró el genial colombiano Gabriel García Márquez, con su invención de Macondo, el escenario maravilloso del realismo mágico que fecundó su imaginación. Sobre todo porque con solo pensar en su obra cumbre, Cien Años de Soledad, le cae a uno la frustración de que nuestra justicia tiene también más de cien años de abandono, de ser la Cenicienta de los poderes públicos.

En toda sociedad donde los jueces tienen que hacer declaraciones públicas y protestas para que se cumpla con una normativa, las cosas andan muy mal. Las palomas les tiran a las escopetas.

Pero que nadie se engañe. Este mal no es culpa del actual presidente de la República, licenciado Danilo Medina, ni de los actuales partidos políticos. Ellos tienen responsabilidad, pero ese problema hinca sus raíces en los orígenes de nuestra nacionalidad. Basta con una ojeada a la historia para comprobar esa verdad.
Ciertamente, desde que se creó la República hasta nuestros días, en esta tierra de Duarte, digna de mejor suerte, no hemos tenido verdadera justicia nunca. Siempre ha sido una ficción. Se habla hipócritamente de su independencia y de su imparcialidad, solo para engañar a los tontos de capirote que no saben el abc de la sociología, ni de la política, ni del Derecho, aunque hayan leído algunas leyes, sin comprenderlas.

Basta con recordar que nuestra primera Constitución, la de la villa de San Cristóbal, del 6 de noviembre del 1844, fue redactada con las ideas liberales de su época, pero el general Pedro Santana la convirtió en ultraconservadora con el funesto y célebre artículo 210. Concentró todos los poderes para convertirse en el señor de horca y cuchillo que fue.

Por eso pudo sentenciar a muerte a los auténticos padres de la Patria y fusilar a María Trinidad Sánchez y a los demás que fueron víctimas de su furia hatera. Y todo dentro de una legalidad draconiana, y sin responsabilidad alguna. Así nació nuestra maltrecha justicia. Recordemos al poeta español Ramón de Campoamor cuando afirmó que el árbol que nace torcido nunca sus ramas endereza, porque se hace naturaleza el vicio con que ha crecido.

De manera que nuestro Derecho nació torcido. Y no ha sido enderezado.

El día que lo intentemos, se romperá irremisiblemente.
Algunos dirigentes políticos no quieren justicia real, desean justicia aparente. Buscan controlarla para que le sirva a sus propósitos personales y grupales. Jamás tienen un objetivo de alcance nacional que sea beneficioso para la colectividad. Creen que se suicidarían si ejecutan un plan así. Sobre todo porque saben que serían desplazados como dirigentes, por las nuevas fuerzas sociales que surgirían si las condiciones fueran diferentes.
El reclamo de los jueces es justo. Veremos en qué termina la cosa.

El Nacional

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