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Recuerdo votivo de  Osvaldo Bazil

Recuerdo votivo de  Osvaldo Bazil

El día nueve de septiembre último se cumplieron 64 años de la desaparición física, que no de su recuerdo votivo, del sensible vate sancristobalense Osvaldo Bazil, que palpitó en universos cardíacos en su época romántica de serenatas y suarés, de pasa ratos y tertulias, donde se cultivaba el espíritu y los amigos, hoy en tristes decadencias.

Osvaldo Bazil nació en San Cristóbal el l3 de septiembre de l884, cuatro años antes de que Rubén Darío, prócer de la poesía modernista, publicara su delicada inspiración Azul, que también pudo intitular Rosado. Falleció en el hospital capitaleño Padre Billini, el 5 de septiembre de l948, a los 64 años de pletórica y fructífera existencia, aquejado de cirrosis hepática y aguda depresión.

Pertenece este recordado bardo a un parnaso epocal luminoso, de apreciable caudal popular, que conformaron Héctor José Regla Díaz, Juan Goico Alix, Francisco Domínguez Charro, Ramón Suárez Vásquez, Domingo Moreno Jiménez, Tomás Hernández Franco, Freddy Gatón Arce, Manuel Cabral (Cunito) y Virgilio Díaz Ordóñez, entre otros.

Cada uno de estos portaliras ilustres, que pendulan en la memoria como el báculo de una balanza romana para pesar la excelsitud, escribieron constelaciones de inspiraciones, pero son  recordados por una,  que marcó su ingreso en la conciencia de sus paisanos, y más allá.

Héctor Díaz es recordado por varias inspiraciones, pero la que más aludimos es Lo que Quiero, cuado desgrana; “Que nadie me conozca y que nadie me quiera,/que nadie se preocupe de mi triste destino,/quiero ser incansable y eterno peregrino/que camina sin rumbo por que nadie lo espera”…

Juan  Goico Alix compuso “confiterías” de versos, como lo definió Joaquín Balaguer, pero entre las perlas de su diadema sobresale De luto, cuando dice: “Linda muñeca vestida de negro –grave ironía-/cómo cubres la alegría/tan escasa de la vida/con un traje de dolor/cuando la noche más negra/se salpica de luceros,/ y vemos, como se alegra/su negror”…

Francisco Domínguez Charro en Viejo Negro del Puerto, cuando como una quejumbre escribe; “Viejo negro del puerto,/hace mucho que vengo mirando/la oscura silueta de tu cuerpo manso,/deslizarse, en silencio, en las noches,/del muelle largo;/por recintos cargados de sombra/con tu fardo de penas a espaldas,/yo te he visto escrutando, a lo lejos,/algún raro  misterio/perdido en lo alto”….

Ramón Suárez Vásquez en su poema a los deportistas muertos en la tragedia aérea de Río Verde, Yamasá, del ll de enero de  que intituló Río Verde;

 “Estadio y multitud/¡la gloria impera…!/Y luego, la emoción alegre y viva/De regresar a la ciudad nativa/Surcando rutas por la azul esfera”/El viento cruel, la nube traicionera/Azotan la nave fugitiva,/Y se perdió la juventud altiva…/Y otra vez fracasó la primavera./Jamás el alma heroica de Santiago,/Fraguada en los dolores y el estrago,/Vertió su llanto en más acervas notas/¡Oh misterio obscuros de los cielos!/Cayó la juventud, hecha a los vuelos/Con formidable estruendo de alas rotas…./

Domingo Moreno Jiménez en el Poema de la Hija Reintegrada, exclama transido de dolor por la pérdida de su hija; “¡ Hija yo no se decirte si la muerte es buena/o si la vida es amarga; sólo te aconsejo que despiertes, adulta de comprensión más que tu Padre!

Tomás Hernández Franco en su genial Yelidá, escribió: “Erick el muchacho noruego  que tenía/alma de fiord y corazón de niebla/apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes/la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes”….

Freddy Gatón Arce, en Vlía, se inspira y nos dice; “Los espacios aquietados, azules de enclavados astros, dan su violeta a la torre invertida del cielo. La torre, extática, muda, salta nerviosa en sus risas y gemidos, como mama tallada de virginidad. Cantar de los gallos espacia la vigilia y el mundo –noche de todos los donceles-“.

Manuel Cabral (nombre de pila) ó Manuel del Cabral, en su incomparable Compadre Mon le canta a la posteridad  lo telúrico dominicano; “Por una de tus venas me iré Cibao adentro/Y lo sabrá el barbero/ que los domingos/te podaba las barbas/como quien poda un árbol de la patria”…

Virgilio Díaz Ordóñez (Ligio Vizaldi), relata la limitación de la pobreza en Intimismo, cuando en un lamento de su conciencia ante las carencias, escribe;“ Vieja camisa rota;/ya no hay quien te remiende,/Al mirarte, de mi memoria brota/un recuerdo que poco a poco enciende/ un fanal misterioso/en tu oscuro pasado y en el mío”.

Conforme es posible discernir, cada aeda marca su cenit en la preferencia recurrente de los amantes de la poesía, el diapasón que vibra en lo recóndito de las humanas regiones intangibles,   la bohemia que se distancia de lo banal y se aproxima a Dios, y en Osvaldo Bazil, refulge su Pequeño Nocturno: “Ella, la que yo hubiera amado tanto,/la que hechizó de música mi alma,/la que en el más blando suspirar de églogas/derramó en el azul de mis mañanas,/me pide con ternura que la olvide, que la olvide sin odios y sin lágrimas./ Ella, la que me ha dado más ensueños/y más noches amargas,/se aleja de mi lado/como una vela blanca./Yo, que llevo enterradas muchas tumbas en el alma,/¡No sé por qué sollozo y por qué tiemblo/al cavar una más en mis entrañas!”

El Nacional

La Voz de Todos