Opinión

Sobre simuladores

Sobre simuladores

La simulación y la trepaduría se convierten en arte porque las mascaradas sociales lo hacen posible. Y ellos, los simuladores y trepadores —aferrándose a cobas, mentiras y engaños— han sabido ascender, peldaño a peldaño, altos sitiales protagónicos en las estructuras de la historia.

Ellos, los simuladores y los trepadores son los que colocan los frenos, los que sujetan las algarabías en urbes y campos; ellos son los que provocan insatisfacciones y llenan los huecos profundos de amarguras para detener los júbilos. Ellos son los censores, los coberos, los lambisconess, los continuadores de los torbellinos superados, los profanadores de las señales del tránsito hacia la luz, los cobijadores del peregrinaje abrupto, los que dicen alto a las sanas aspiraciones de las generaciones emergentes.

Ellos, los simuladores y los trepadores, son los que cierran y cosen los labios para que no afloren voces sensatas; son los que taponan las hendiduras donde destella el sol.

Los simuladores y los trepadores son como puñados de arena lanzados contra los ojos para enceguecer las lecturas de la historia; son como renacuajos, como gusanos observando la nada, como evasiones de las sustancias puras. Ellos propician los genes cadavéricos y caminan errabundamente como protozoarios insalvables, como aminoácidos mutantes hacia la perversión, como espermatozoides sin óvulo, como escalones hacia los fuegos.

Ellos, los simuladores y los trepadores —junto a los especuladores— son los que detienen los impulsos de la vida, los que convierten las energías populares en artificios gratuitos, los que mantienen los vértigos del caos presentido y cercenan todo discurso que aflora junto al alba.

Ellos obstaculizan el crecer de la yerba, el perfume de la rosa y dañan los brotes espontáneos del agua; ellos son los que detienen la luminiscencia entre el follaje y el caer de la lluvia; ellos estremecen y flagelan cada sonrisa secreta, cada galope encendido, cada brillo soñador para confundir las utopías.

Ellos, los simuladores y los trepadores, son los dueños del freno y del látigo, los amos de la estancia y los virgos de las doncellas; ellos son los plagiarios del aliento de los niños, los sujetadores de la luz solar y el movimiento de nuestro cosmos: ellos toman las cenizas primigenias, las risas y la ilusión y para tornarlas en angustias afiladas, en puñales para arruinar los recuerdos.

Pero llegará el día en que caerán sus máscaras, sus engaños y ruindades, y los júbilos brotarán como lirios en valles y montañas, para hacer posible los fuegos de la esperanza entre los corazones lacerados. Sí, llegará el día en que de nada valdrán los votos comprados ni las urnas cercenadas; llegará el día en que los gritos y las esperas se aunarán frente a las estrellas para redimir los lamentos y alcanzar los goces.

El Nacional

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