Descansa en paz maestro –
Una mañana de diciembre del 2004 acudí al periódico El Nacional a una cita con su director, Radhamés Gómez Pepín, quien nos mandó a buscar por recomendación de colegas con los cuales había compartido en redacciones de otros periódicos, con el propósito de que asumiéramos la dirección de la revista Qué Pasa!
A mis oídos habían llegado anécdotas de la rectitud con que don Radhamés asumía el ejercicio del periodismo y la preparación de las ediciones diarias a contratiempo.
Al llegar al periódico esperamos por el director en la sección Qué Pasa! y mientras conversaba con Miguelina Terrero, con quien había compartido en la redacción de la revista Bemoles, se asomó el rostro de don Radhamés, acompañado de Alberto Caminero, quien le indicaba que yo lo esperaba:
– ¿Pero, dónde está el periodista?- inquirió el director a Caminero.
– Mírelo ahí, indicaba Caminero señalándome, y don Radhamés, con ese estilo tan particular que lo adornaba, voceó:
– ¡Coño, pero parece un diputado!
Todos reímos y don Radhamés me hizo pasar a su oficina, la cual siempre mantuvo a puertas abiertas.
Allí comenzó un intercambio de preguntas, que nada tenían que ver con lo laboral.
– “El mejor amigo de papá fue Manuel Aybar. Ustedes deben ser familia”, me dijo al hablar de los orígenes de mi apellido.
Así comenzaba don Radhamés sus conversaciones si el interlocutor era o tenía algún parentesco con alguna familia de su amado Santiago.
No pasaba un día sin que mencionara a su ciudad natal, la ocurrencia de algún personaje popular de la Ciudad Corazón o alguna anécdota de su niñez.
Nuestra conversación terminó media hora después y de eso hace ya 11 años, tiempo durante el que don Radhamés fue un maestro, un amigo y el moldeador de un ejercicio periodístico que asumió y enseñó asumir como un sacerdocio.
Radhamés, como prefería que le llamaran, era Santiago, donde inició una carrera que solo pudo terminar con su partida terrenal. Radhamés era el periodismo, el periodismo era Radhamés.
Descansa en paz maestro.
