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 Un examen diferente  del pueblo

 Un examen diferente  del pueblo

¿Cómo es el pueblo dominicano?, ¿Cómo se concibe a sí mismo y ve a los demás un pueblo que de temeroso de sí y de los suyos antes y durante una gravosa tiranía y una posterior extensión de ella, tras una caída democrática infame y una revolución truncada, intenta mostrarse orgulloso de sus logros exteriores, ficticios o reales?

Más de un viajero extranjero del siglo XIX, como señala más de un autor, ve a los dominicanos en ánimo perezoso y venido a menos.

¿Es cierto ese punto de mira?

Más de un dominicano ilustre lo declara  injustamente holgazán y pesimista sin detenerse sobre causas y efectos, condiciones materiales y realidades históricas.

¿Se justifican esas ideas y observaciones que casi siempre pecan de ligeras?

Se tiende, con más ligereza aún, a certificar como válido-sólo por ostentar esa dudosa condición-casi todo lo que enfatiza cualquier extranjero con ínfulas y aparatosidad, seguido se desmota de una nave y recorre unos cuantos kilómetros de territorio hacia un salón de conferencias u otras aparatosidades de lugar.

¿Hay razones para creer que los dominicanos son seres diferentes a cualquier otro ser humano de cualquier otro lugar del mundo?

Ya lugares como la que alguna vez fue llamada la isla del encanto de la que fueron  acogidos miles y miles de ciudadanos en una crisis económica devastadora de los años 40 del siglo XX en este país, ejecutan sumariamente y en su crisis actual, la injusta valoración negativa del inmigrante, del vecino dolido que procura un refugio económico a sus padecimientos materiales.

Por cierto que esa experiencia fallida, esos puntos de mira, escasamente acompañados del rigor científico, recorren  como viento de tormenta perenne y plañideramente la América Latina entera.

Lo que resta es indagar el lastre que esas observaciones subjetivas, nacidas de la fugacidad y del examen superfluo dejaron en la conciencia colectiva y en la historia espiritual e intangible de los dominicanos.

Fernando Sánchez Martínez, psiquiatra de los del número, analiza en su valiosa-aunque reclama todavía más indagación experimental- “Psicología del pueblo dominicano,” de 394 páginas, con  cierta extensión histórica y aproximación académica contemporánea, el fenómeno de los que juzga los errores de apreciación relacionados con el “pesimismo nacional”.

El elemento que juzga como acaso el más común entre los analistas que han juzgado al dominicano como haragán y que ha quedado “gravitando como inercia entre la mayoría de la gente y de los medios de comunicación social” es el del “pesimismo” de nuestros pensadores, mantiene Sánchez Martínez.

Según su conclusión, el ideal pesimista de los dominicanos  parte de una apreciación falsa.

En cambio, lo que se advierte es una manipulación que “se ha ido colando por los intersticios del tejido social, de manera que el argumento se repite sin mediar ningún tipo de crítica previa.

Cree probable que el sentimiento de de pesimismo surgiera luego del primer ensayo de José Ramón López-que vinculó la alimentación de los dominicanos al subdesarrollo, no a su situación económica propiamente.

El Nacional

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