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Un hijo de Loma de Cabrera en la Gesta Restauradora de la República

Un hijo de Loma de Cabrera en la Gesta Restauradora de la República

Por: Ángel Berto Almonte

Franmart34@hotmail.com

 

 

LOMA DE CABRERA.-El proceso de evolución de los pueblos y comunidades de nuestro país está revestido, en algunos casos, de matices en los que vale la pena profundizar para entender los caprichosos motivos de los azares del destino y su conexión con pasajes históricos y socioeconómicos de importancia capital para la República Dominicana. En el caso que nos ocupa, nos interesa resaltar el protagónico papel desempeñado por José Cabrera -un destacado militar de las guerras de Independencia y la Restauración- y en un próximo artículo hablaremos de la encomiable labor ejecutada por el intelectual Rafael Díaz Niese, en beneficio de las artes y las letras dominicanas y el punto de coincidencia de ambos, de cara al proceso de formación histórica y desarrollo socioeconómico y cultural del municipio de Loma de Cabrera, su gente y sus comunidades de base.

Como ente social que nació en 1810 y creció en el seno del hogar conformado por sus padres, Agustín Cabrera y Juliana Gómez, una familia humilde de la Línea Noroeste -tierra vibrante, de ardiente sol, llanuras y montañas-, el joven José Cabrera se vio envuelto en las jornadas libertarias, en momentos en que el sentir patriótico demandaba la integración de los mejores hombres, a lo largo del territorio, en aras de la consecución de una República Dominicana independiente y soberana.

Con el logro de la instauración de la República, en 1844, se reintegra a las labores agrícolas y la ganadería en terrenos de Sabaneta y, luego de varios años de apacible calma, mientras se encontraba fuera del país recibe con dolor la infausta noticia de que la Nación había sido anexionada a España en 1861, por parte de Pedro Santana y otros malos dominicanos que no confiaban en la capacidad de la patria de enrumbarse con sus propios medios en busca de un mejor destino.

Se enrola en la expedición encabezada por el patricio Francisco del Rosario Sánchez, que penetró al país por territorio haitiano en junio de ese año, en razón de su dominio pleno de la zona fronteriza dominicana y su relación directa con Santiago Rodríguez, a la sazón alcalde de Sabaneta, quien simpatizaba con los aprestos revolucionarios.

El historiador Sergio Reyes, nos reseña que tras sobrevivir al fatal desenlace de este intento nacionalista se escondió por unos meses en Haití y en abril de 1862 regresó al país, buscando refugio en las lomas y serranías de la cordillera Central cercanas a la frontera, entre Dajabón y Restauración.

Parapetado en atalayas de difícil acceso para el enemigo se dedicó a hostilizar a los miembros del ejército anexionista y sus representantes locales, al tiempo que redoblaba los contactos con otros conjurados de la causa libertaria que operaban en las comunidades y poblados cercanos, a la espera del momento propicio del desencadenamiento de un movimiento revolucionario más compacto que propiciase el rescate de la soberanía.

Con el estallido de la Sublevación de Sabaneta, en febrero de 1863, participó junto a Lucas Evangelista de Peña en la toma de Guayubín; no obstante, al sobrevenir al sofocamiento de esta revuelta y producirse el apresamiento o muerte de los principales conjurados, una parte de los sobrevivientes regresó tras sus pasos, de vuelta al territorio solidario de Haití, seguidos de cerca por el implacable coronel Juan Campillo, quien comandaba el ejército español desplegado en Santiago y todo el noroeste dominicano.

Perseguido hasta las lomas de David –actual Capotillo- pudo burlar al enemigo y se parapetó, nueva vez, en la escabrosa zona que conocía al dedillo, para entablar, desde entonces, una feroz, agresiva e inagotable cruzada en contra de los enemigos de la patria, acción en la que era secundado por Gume Fortuna, Pablo Reyes y otros activistas locales.

De tal suerte, la vasta región de la frontera dominico-haitiana en donde se encuentran situados los cerros Chacuey, Las Mercedes, Juan Calvo, Capotillo, Alto de la Paloma y otras elevaciones de relativa altitud y difícil accesibilidad devino en convertirse en refugio inexpugnable desde donde los patriotas dominicanos mantenían en constante asedio a las tropas enemigas, contando con el apoyo solidario de los campesinos residentes en la zona, quienes les suministraban alimentos, facilitaban el trasiego de pertrechos y municiones y les mantenían al tanto de las operaciones encaminadas por el gobierno.

Mientras esto sucedía, la llama de la libertad se extendía como reguero de pólvora por todo el ámbito nacional y en el territorio de la hermana República de Haití, Santiago Rodríguez, Benito Monción y otros valiosos prohombres de la causa nacionalista apuraban los pasos, reclutaban prosélitos y almacenaban pertrechos para dar inicio a la que habría de ser la jornada decisiva en rescate de la soberanía.

El 16 de agosto de 1863, en el Cerro Capotillo, vibró en los cielos la trompeta de la redención y con su alegre repicar, un puñado de valientes dio inicio a una feroz y aguerrida contienda que solo habría de finalizar, menos de dos años después, con la salida de territorio dominicano del último soldado invasor, en julio de 1865.

José Cabrera fue uno de aquellos catorce colosos que dieron inicio a la Guerra de la Restauración y a todo lo largo del desarrollo de esa epopeya dio repetidas muestras del coraje, abnegación y apego a los ideales nacionalistas que servía de estímulo a los revolucionarios.

Como muestra, es oportuno mencionar su participación en la enconada persecución a que fue sometido el odiado brigadier español Manuel Buceta, mientras se dirigía en escape desde el territorio de la Línea Noroeste hasta Santiago tras el desbande de sus tropas, así como las acciones heroicas llevadas a cabo en Guayubín, Sabaneta, Santiago, Manzanillo, Monte Cristi y otros escenarios bélicos, en el transcurso de la contienda.

En atención a sus múltiples méritos fue nombrado como Comandante de Armas de Dajabón, por el Gobierno Restaurador. Durante la dictadura de los seis años de Buenaventura Báez (1868 – 1874), se pronunció, junto a Gregorio Luperón, en contra de los aprestos por anexionar a Estados Unidos la bahía de Samaná y como parte de dicho levantamiento dirigió la ocupación temporal de Sabaneta.

Esta asonada nacionalista fracasó en sus objetivos iniciales, pero se mantuvo latente en el sentir del pueblo, gracias al sostenimiento de una efectiva guerra de guerrillas desplegada en contra de los efectivos gobiernistas en toda la zona fronteriza y otros puntos del país. El revuelo contribuyó a echar por la borda estos aprestos antinacionales y a desacreditar al gobierno entreguista de Báez.

Hasta el fin de sus días, en marzo de 1884, José Cabrera mantuvo su inalterable condición de guerrillero y soldado nacionalista dotado de un profundo apego a los nobles principios que pautaron su duro trajinar en la vida pública. Una tumba –humilde como lo fue su vida- del cementerio de Montecristi acogió sus restos, y allí reposan, a la espera del reconocimiento de la patria agradecida y la veneración de sus compueblanos.

A tono con estas aspiraciones fue bautizada con su nombre la población de Loma de Cabrera, cabecera del municipio del mismo nombre en la provincia Dajabón, en justa recordación al lugar y las serranías que sirvieron de escenario a numerosos episodios de luchas y afanes en la vida de este abnegado hombre noroestano.

De igual manera, una vía céntrica y el liceo secundario de la citada localidad fueron designados con su nombre y, más recientemente, aprovechando la celebración de los festejos en conmemoración del 150 aniversario de la Guerra de la Restauración (1863-2013), la Comisión Permanente de Efemérides Patrias (CPEP), dependiente del Ministerio de Cultura, procedió a instalar un vistoso busto en homenaje al gallardo general restaurador, en un lugar destacado de la población.

El Nacional

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