Opinión

Unas de cal…

Unas de cal…

Gracias a Dios, reaccionamos

Menos mal que ya empiezan a levantarse voces oficiales contra la perversa campaña internacional de descrédito llevada a cabo por un sinvergüenza español disfrazado de sacerdote y auspiciado quien sabe por quién.

Tal vez eso anime a las autoridades de la Iglesia Católica a someter a algún control a Christopher Hartley, el bandido que valiéndose de su sotana hizo tantas diabluras en San José de los Llanos que su propia diócesis no tuvo más remedio que expulsarlo.

Mi queja de siempre desde esta columna ha sido la sordera y la dejadez del  Gobierno ante los ataques de ese charlatán desde todos los foros internacionales a los que ha tenido acceso.

Por eso ha logrado infligir graves daños a la credibilidad del país a través de una campaña de difamación apoyada en mentiras y tergiversación de información, con la colaboración de malos dominicanos al servicio de su despropósito.

Entre sus cómplices aquí muchos señalan a la abogada Noemí Méndez, de quien supe que por estos días distribuye alimentos en campos y bateyes de San Pedro de Macorís mientras dizque anuncia el regreso de Hartley a esa zona.

 Es alentador, sin embargo, el hecho de que ya gente como los senadores Charlie Mariotti, de Monte Plata, y Prim Pujals, de Samaná, además de los embajadores Aníbal de Castro, en Londres, y Alejandro González, en Bruselas, comienza a preocuparse por las andanzas del cura contra la República Dominicana en el ámbito internacional.

Hemos perdido bastante tiempo dejándole hacer a su antojo, primero desde nuestro propio territorio, luego desde Nueva York y finalmente desde Etiopía, en Africa.

Pero mejor es tarde que nunca, y todavía estamos a tiempo de impedirle salirse con las suyas en su propósito de acabar de fastidiar nuestra economía.

Su meta es lograr que Estados Unidos y la Unión Europea dejen de comprar nuestro azúcar, y convencer de que los turistas de Europa no deben venir a este país.

Pero lo peor es que la obnubilación de su prédica de odio contra este país,  contra determinadas empresas del sector  agropecuario y contra el sector turístico, no ha despertado el interés de la alta jerarquía de su iglesia.

Las máximas figuras de la Iglesia Católica dominicana saben que Hartley abusó y sigue abusando de la sociedad dominicana desde donde esté, a través de un “ministerio” mal entendido o muy bien pagado.

Tampoco ignoran su reincidencia en los pecados que obligaron a su expulsión de la diócesis de San Pedro de Macorís, y sin embargo siguen sin decir “esta boca es mía”.

El Nacional

La Voz de Todos