Opinión

Unas de cal…

Unas de cal…

La verdad  se impone

El desenlace del extraño secuestro del joven  Eduardo Baldera Gómez se enreda más en la medida en que la Policía trata de explicarlo.

Y tengo la impresión de que el jefe de la Policía, mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, no podrá salir ileso del asunto, a menos que diga todo lo que sabe, y que la verdad lo libere.

Porque si él montó una trama para ganar popularidad, cosa que dudo, pudiera terminar en serias dificultades judiciales y desprestigiado por el resto de su vida.

Pero si de lo que se trata es de una urdimbre ajena como parte de las zancadillas normales entre grupos policiales que luchan entre ellos con disimulo tratando de desplazarse, al mayor general Guzmán Fermín tampoco le iría bien si no habla con pelos y señales.

Ya se ha hecho normal que los adversarios internos del que en cualquier momento ostente la jefatura de la Policía le tiren crímenes entre los pies y cometan toda suerte de diabluras para hacerlo fracasar.

 Puede decirse que travesuras de esa naturaleza les han sido hechas a todos, o casi todos los que han desempeñado esa posición a través del tiempo.

De manera que si con la muerte de dos presuntos secuestradores  en alegado intercambio de disparos, luego de haber sido entregados vivos y en salud a la Policía, estamos ante una de esas travesuras para hacerlo saltar del cargo, él debe decirlo y aportar las pruebas.

Y no voy a considerar la idea de que Guzmán Fermín haya montado un escenario ficticio para acumular puntos a su favor, porque no lo creo capaz de recurrir a esa asquerosa práctica.

No lo conozco mucho, pero por lo menos no parece el tipo de hombre capaz de maquinar diabluras para hacerse gracioso y quedar bien.

 El parece un hombre de bien y tiene el origen más idóneo para serlo.

Me llamó la atención, particularmente, el intento de distribución de dinero entre los actores civiles que participaron en la captura de Cecilio Díaz y William de Jesús Batista Checo, y su entrega a la Policía.

Porque no sabía que la Policía tenía un capítulo de su presupuesto destinado a pagar la colaboración ciudadana en la captura de delincuentes.

Menos mal que ese dinero le fue entregado a una persona íntegra, el alcalde Lino González Morel, quien no encontró a quienes distribuírselo luego del desenlace fatal porque nadie lo quiso, y lo conservó para devolverlo.

De manera que ni siquiera parece tan difícil alcanzar los cabos sueltos del desenlace del secuestro para seguirlos hasta llegar a la verdad, y decirla con responsabilidad.

¿Se animaría, general?

El Nacional

La Voz de Todos