Reportajes

Ven guerra  una forma de demencia diseñada para destruir hombres y ciudades

Ven guerra  una forma de demencia diseñada para destruir hombres y ciudades

La guerra se sustenta en complejas leyes no escritas que no todas se relacionan con la supervivencia de seres humanos.

Ellas implican la extinción de los demás y la conquista de territorios, recursos y ejercicios musculares para mostrar fortaleza, sentido de la prevención y prevalencia mundial.

La guerra es una de las enfermedades terminales que probablemente nunca recibirá esa distinción.

Es una forma de demencia no común pues se la organiza para obtener beneficios a costa de inocentes y de destruir naciones enteras.

A costa de derribar toda moral, que es lo primero que cae junto a la verdad,  a la vera del camino incendiado de la perdición, el desamparo y la infinita crueldad.

(El ser humano es el único que organiza acciones bélicas masivas, de extinción a gran escala, contra los suyos, los de su propio género y familia antropológica).

Esto debería llenarlo de vergüenza y malestar pero, total, sigue indiferente el curso mediante el cual  encamina el mundo a una confrontación probablemente final.

Debería guerrear contra otros peligrosos factores de extinción como el cambio climático o los fenómenos exteriores capaces de convertir la tierra en una bola de fuego.

Pero no lo hace porque su  torpe estado de evolución no le permite comprender la gravedad, a la distancia, de lo que conlleva no prepararse para lo peor que no está exactamente aquí en la tierra ni entre sus congéneres.

En ese sinfín irracional se inserta el soldado Bradley Maninng, de Estados Unidos.

Aquellos que prepararon acciones bélicas basadas en la mentira nunca confesada pero sí demostrada de las armas de destrucción masiva no sólo andan sueltos por ahí como chivos sin ley, habiendo decidido la muerte de cientos de miles de seres humanos, sino que hasta inauguran monumentos, se ven honrados con bibliotecas, escriben libros, ofrecen conferencias públicas pagadas y tienen el privilegio de ir a cualquier lugar del mundo sin ser molestados.

(Salvo, claro, algunos lugares donde definitivamente, no se ganaron el amor de la gente sino todo lo contrario, y ahora nadie les podría garantizar su seguridad).

El soldado Maninng hizo lo que le dictó su conciencia en un momento de examen de esa facultad.

Aquél al que le fue impuesta la guerra por sus socios petroleros, por las ganancias que aquella le reportaría, por su tendencia a la violencia masiva, no van a recibir ningún castigo a partir del gran genocidio cometido y haber convertido un país petrolero en un infierno, un caos y una zona de guerra permanente en la que se invocan ahora los “conflictos étnicos-religiosos” para explicar el desastre.

 El soldado Maninng argumentó que quería encender un debate sobre problemas relacionados con la guerra.

Fue su reacción natural ante el estupor de la muerte, ante el horror de una conflagración ante la cual fue llevado al frente sin ninguna razón moral que lo justificara.

Los organizadores de aquella conflagración están tranquilos, disfrutando de generosas compensaciones y el soldado Maninng se halla pendiente de arrastrar una condena de la que en el mejor de los casos saldría probablemente a tientas, gateando talvez, si llega a salir. La guerra sigue siendo el peor de los acontecimientos y el que tiene más cultores.

 

El Nacional

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