Opinión

Vino y cultura

Vino y cultura

Las gentes del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid.
Tucídides.

No cabe duda de que la literatura —lírica, dramática, épica, mística o religiosa—, se ha nutrido en la cultura del vino, creando personajes y anécdotas, así como estampando costumbres y festividades. Mientras el libro religioso de los hebreos condenaba la ingestión de vino (todavía hoy las bebidas judías excluyen el alcohol de sus composiciones químicas), muchas religiones de la antigüedad lo empleaban en sus prácticas y ceremonias, como —verbigracia— el cristianismo católico en la Eucaristía.

Hay una voz sumeria, Baa, que los egipcios convirtieron en Ba y los cananeos en Baal, que prácticamente significó lo mismo: señor de los infiernos, el que vuela a éste, señor de las tinieblas o de las moscas.

A esa voz los hebreos le añadieron Zebud (relativo a las moscas), surgiendo Belzebud, que es uno de los nombres otorgados a Satanás, al diablo, al mismo demonio de nuestra religión. Pero esa voz sumeria —en un principio— sólo significó señor de las moscas, y estuvo ligada a las actividades florales, a los juegos, a lo lúdico, a las recreaciones sociales.

El Ba egipcio fundaba uno de los tres aspectos del alma, y así el alma Ba volaba a las regiones infernales hasta que se unía de nuevo al cuerpo, que había sido preservado de la descomposición mediante el embalsamamiento.

Es preciso decir que uno de los usos de los egipcios al vino fue para los servicios funerarios, y lo ataba estrechamente al vuelo del alma hacia el hades, para desde allí aguardar la resurrección.

Los egipcios evolucionaron esta creencia y la conectaron a Osiris, su dios bueno, el dios de la resurrección, de la agricultura, del vino, la cerveza y hermano y esposo de Isis, el cual moría cada año por una trampa tendida por Seth, pero que luego renacía junto a los desbordamientos del Nilo para fertilizar la tierra.

La resurrección de Osiris era celebrada en Egipto con pomposas fiestas en su honor y abundante vino y cerveza. Luego, los griegos convirtieron a Osiris en Dionisos, el Dios del vino, el Dios que descubrió la mejor forma de elaborar la gran bebida de la Tierra, a partir del jugo de los frutos de la vid.

Así, para la religión griega, el vino era el combustible capaz de exaltar los instintos y provocar la llegada al éxtasis, a la magia y al misterio.

El símil romano de Dionisos fue Baco, una copia que sólo exageraba —para beneficio de los habitantes de Roma— las propiedades libatorias del vino, una bebida que, habiendo partido de la Europa caucásica, llegaba ahora a la Europa mediterránea con una cierta nostalgia egipcia

. En ese extraordinario periplo el vino había sido enriquecido por una cultura eminentemente simbiótica: además de lo meramente lúdico, se le habían añadido las esencias religiosas de tres civilizaciones, sazonadas ahora por los romanos, cuyos ancestros etruscos provenían, precisamente, de la Anatolia.

El Nacional

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