Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Como comenté la semana pasada, he sentido la necesidad de escribir una segunda parte sobre este gran representante del cine mexicano y de habla hispana. Su celebridad estuvo en deuda con sus trabajos en las películas “Ni sangre ni arena” y “El gendarme desconocido” (1941), en las que descubrió a su director ideal, Miguel M. Delgado, que era ayudante de Alejandro Galindo. En éste último film, la caricatura de la policía, generalmente fustigada por la gente, se constituye desde el preciso momento en que Cantinflas aparece con su habitual uniforme desarrapado.

Con ambas obras, Mario recuperó las pérdidas de Posa Films, de la que llegó a ser único productor. Su éxito desbordante continuó con varios largometrajes más. En los años cincuenta, sus películas revelaron una metamorfosis. Del personaje de la picaresca urbana sólo quedaría un humor basado en el uso reiterado de su clásica habilidad para hablar mucho sin decir nada. Mario Moreno se convirtió en un portador de críticas contra la sociedad provinciana, en particular, y contra la humanidad, en general, haciendo que triunfara lo auténtico sobre lo falso. Se constituyó en el hombre que siempre decía la verdad, de forma sarcástica, sufriendo las consecuencias de esa lealtad hacia sí mismo.

En 1944 formó  parte del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica (STIC). Este gesto fue decisivo para la mejora de las condiciones de contratación del personal de los estudios, ya que encabezó una proyectada huelga, secundada por Jorge Negrete y Arturo de Córdova.

De forma excepcional, participó en la superproducción estadounidense “La vuelta al mundo en ochenta días” (1957) que obtuvo una buena acogida. Este hecho favoreció el que, a continuación, Mario rodara “Pepe”, dirigida por George Sidney (1960), que resultó ser un fracaso. Por este motivo, el actor decidió no volver a probar suerte fuera de su país natal, con la única excepción del largometraje español “Don Quijote cabalga de nuevo”, dirigido por Manuel Delgado, con quien ya había trabajado en filmes como “El bolero de Raquel” (1956) y “El padrecito” (1965), el primero en color protagonizado por el actor.

Aunque no tuvo hijos con su esposa Valentina, ella adoptó a un niño que había tenido Mario en 1961: Mario Arturo Moreno Ivanova. Su matrimonio duró hasta el fallecimiento de ella, en 1966. El gran actor, en sus interpretaciones, evidenciaba las desigualdades sociales y realizaba obras caritativas. En la vida real hasta montó una oficina para los necesitados. Tras enviudar, participó en actos sociales y políticos, llegando a  pronunciar un discurso en la propia Asamblea de las Naciones Unidas.

Mario Moreno, “Cantinflas”, murió el 20 de abril de 1993. Su cadáver fue velado durante tres días en tres edificios distintos de Ciudad de México. Pasaron, junto a su féretro, alrededor de 250.000 personas El cómico que lucía sendos bigotillos sobre cada comisura de la boca, fue, con el actor Pedro Infante, el mayor ídolo cineasta popular de México del siglo XX.

El Nacional

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