Opinión

Voces y ecos

Voces y ecos

Las manos y el sexo

Pocos actos humanos contarán con otro que se le parezca tanto como se asemejan el lavarse las manos y la cópula sexual. Ambos requieren la presencia de dos elementos afines, iguales en determinado marco, pero con diferencias necesarias. Hombre y mujer, protagonistas por excelencia del sexo, son gratamente distintos y complementarios.

Esa complementariedad, indispensable para hacer el amor, puede encontrarse en la acción de lavarse las manos, labor en la que hay un roce íntimo de la derecha con la izquierda y en la que resultan indispensables la entrega mutua y la disposición para complacerse una a la otra. Sin la zurda no se lava la diestra. Se precisa solidaridad.

Solidaridad y complementariedad son expresiones muy propias de la condición humana, el ser humano necesita de ellas. El acto sexual, aun no estuviere regido por el amor, ha de implicar entrega y complacencia. Es la forma en la que más cerca pueden estar dos seres humanos. Cada cual hará algo para satisfacer al otro.

Cuando el doctor Dionisio Guzmán me retiró el yeso que durante treinta días cubrió mi mano izquierda, acudí contento a lavarme las manos, pues durante ese período la derecha debió hacerlo sola. Pero fue vana mi ilusión, pues había una disfunción que me impidió realizar a cabalidad ese acto tan natural y cotidiano.

“Alteración cuantitativa o cualitativa de una función orgánica”, así define el Diccionario la disfunción. Mi meñique izquierdo quedó tieso y resentido por el tiempo que permaneció inmovilizado. El anular, único vecino, también se muestra molesto porque fue obligado a acompañar al meñique en su aislamiento.

En la sexualidad se cita la disfunción eréctil como un obstáculo cardinal para el impedimento del ayuntamiento carnal. Se refiere a la falta de rigidez en el órgano masculino. Paradójicamente, en mi mano izquierda la disfunción se origina en la condición de “erectos”, exceso de rigidez, que han asumido los dos dedos citados.

El meñique desobedece las órdenes del cerebro, por ejemplo, no toca la letra “a” en el teclado y presiona la mayúscula sin que se le haya pedido. Mientras el anular presiona la “w” cuando se le ordena la “s”. Y así no se escribe en español. Es notable el desajuste de estos dedos para cumplir la función que les corresponde.

Parece que con su susceptibilidad, el más pequeño y olvidado de los dedos, quisiera proclamar: todos somos necesarios. Gregorio Marañón –médico y filósofo- ha enseñado que el hombre y la mujer no son uno superior al otro: “Son simplemente distintos”. La mano derecha no es superior a la izquierda: son distintas.

El Nacional

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