Opinión Articulistas

Abinader y el espejo

Abinader y el espejo

Alberto Quezada

 El presidente Luis Abinader ama­nece cada día con la misma pregun­ta rondándole la cabeza: ¿en qué momento comenzó a fracturarse la imagen que tanto cuidó construir?.

Los titulares sobre el Seguro Nacional de Salud (SENASA) y las conexiones de figuras cercanas a su organización polí­tica con el narcotráfico no solo hieren su gobierno; hieren su identidad política. Se siente traicionado, no tanto por los adversarios -de ellos siem­pre esperó ataques-, sino por los suyos, por quienes confundie­ron la confianza con impunidad.

Porque Abinader, más que un políti­co tradicional, se ve a sí mismo como un reformador en un terreno minado de costumbres viejas y lealtades turbias. En la intimidad del Palacio Nacio­nal, donde el eco de cada crisis suena más fuerte que los aplausos públicos, lo asalta la sensación de aislamiento.

Comprende que gobernar en Repúbli­ca Dominicana no es solo administrar el Estado, sino navegar en un sistema don­de la decencia a veces se vuelve debilidad. La ética, su estandarte, ahora se ha con­vertido en un arma de doble filo: lo obli­ga a ser más severo, más vigilante, más desconfiado, incluso con los suyos.

E l presidente Luis Abinader se debate entre la indig­nación y la necesidad política. En lo profundo, Abinader siente el pe­so de la desilusión: la suya y la del país que creyó en un gobierno distinto. A veces, mientras revisa informes o es­cucha excusas de funcionarios, perci­be la distancia entre el ideal que lo lle­vó al poder y la realidad que lo rodea.

No lo dice, pero lo siente: gober­nar es una batalla diaria- con­tra la naturaleza misma del poder. Y aunque su semblante intenta mos­trar serenidad, dentro de él hay un hombre que mira al espejo y ve resque­brajarse la imagen del “presidente dife­rente”.