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Adiós a doña Rosa

Adiós a doña Rosa

Rafael Grullón

Cuenta Eduardo Punset, en una de sus entrevistas a una de las autoridades del pensamiento moderno, que una vez iban por la carretera un Premio Nobel y su esposa.

Se detuvieron en una estación a echar combustible al vehículo. Sin aparente necesidad de hacerlo, la esposa se desmontó y sostuvo una extensa conversación con el hombre que servía en la bomba, como decimos los dominicanos. Al emprender de nuevo la marcha, el Premio Nobel le preguntó a la esposa que le explicara la razón de la larga conversación con el desconocido.

Ella le contestó, ese bombero que nos sirvió fue mi novio en la escuela, si me hubiese casado con él, el Premio Nobel hubiese sido él, y no tú.

La anécdota nos viene a la mente ante la muerte de Doña Rosa, quien fungiera de primera dama en el Gobierno de su esposo Hipólito Mejía, por lo que nos atrevemos no solo a decir, sino escribir que tal vez el Guapo de Gurabo no se hubiese puesto «La Ñoña, como el mismo la llamaba, si no hubiese tenido a su lado una mujer como Doña Rosa. No ha habido un gran hombre sin una gran mujer en la historia de la humanidad. Doña Rosa fue un ejemplo de la muralla de la intuición de la mujer Primera Dama, donde se detienen las guerras y las diatribas de la política.

El enigma de la intuición de la mujer ha sido ya descifrado en aquellas entrevistas de Punset hechas libros, cuando se sostiene que la madre tiene la virtud de escuchar e interpretar a la criatura que ha traído al mundo antes de que hable. De ahí, que Doña Rosa, nunca hizo ruidos para escuchar con nitidez los justos reclamos de una sociedad.