Opinión Libre Pensar

Afrenta difamatoria

Afrenta difamatoria

Oscar López Reyes

En un memorable acto de honor por no probar una denuncia sobre corrupción, Eduardo Chibás se pegó un tiro mortal mientras producía su programa radial (Cuba, 1951). A la inversa, en el 2025 el dominicano Ángel Martínez ha dado tumbos por cárceles y tribunales, donde olímpicamente reconoce sus difamaciones y pide perdón a los vilipendiados, que están advertidos de que si retiran las querellas pronto volverá por su fuero con otras delaciones morbosas e intimidaciones.

Aprovechando lucrativamente la vulnerabilidad de las audiencias sin sentido crítico ni rechazo, especificada en la comunicativa Teoría de la Aguja Hipodérmica (o Teoría de la Bala Mágica), un obsesivo con visibles alteraciones emocionales ensombrece como una patana sin freno, en un firmamento en que el tuerto es rey.

El presunto investigador privado Ángel Ramón de Jesús Martínez Jiménez (nacido en Santiago en 1954) tiene abiertos procesos judiciales por utilizar plataformas digitales para formular imputaciones sin fundamento real, y luego exigir recursos financieros para retirar sus contenidos, así como por delitos tecnológicos, estafa y lavado de activos. 

Visualicemos ocho siluetas biopsicosociales del protagonista devenido en un fenómeno de las redes sociales:

1) Espionaje, 2) secuestro, 3) libros publicados, 4) conferencias, 5) arrestado en EE. UU., 6) redes sociales y su canal de YouTube “Detective Ángel”, con un millón de seguidores; 7) demandas, y 8) arrestos y coerciones en RD.

Como colofón, Eduardo Chibás ni Ángel Martínez estudiaron periodismo, y sus imputaciones, sus melodramas y tragedias encuadran, prioritariamente, en un paraje antagónico con la verdad. Cautivaron por la formulación de denuncias en expectativas, con mentiras pronunciadas con absoluta seguridad.

El dominante neoliberalismo comunicacional facilita el acceso a la radio, la televisión, las redes sociales y otras plataformas digitales, para denigrar en la impudicia. Jamás apelaron a la investigación, a los formatos de redacción con objetividad, a la ética profesional, el derecho a la información, el derecho constitucional ni a otras leyes de comunicación. Dejaron de ser metódicos, concienzudos y meticulosos.

Durante un mínimo de cuatro años, en las escuelas universitarias de comunicación social se enseñan y practican más de 50 asignaturas, que versan sobre la búsqueda de datos, su comprobación y verificación por un superior; el respeto tanto a las fuentes como a los receptores de los mensajes, y cuándo y cómo preferir con responsabilidad el periodismo informativo, interpretativo y de opinión. Y es que cada día el periodismo contornea con más complejidad y exige más rigurosidad.

Además del lance del chantaje y la extorsión, ciertos comentaristas de radio, televisión y redes sociales no profesionalizados en comunicación social aparentan estar abrumados por una anormalidad psíquica o un desgaste cognitivo. Son mercenarios de la difamación y descarrilamiento de la pluralidad digital. Acalambran como un cisne negro de la democracia.