En poco más de una semana el país entró en contacto con las agresiones sexuales grupales, una de las más brutales manifestaciones de la violencia machista, todo, a partir de referencias de dos sobrevivientes, una menor de 13 años y otra muy joven mujer de 21.
Ambas fueron violadas por varios perpetradores, 5 y 6, involucrados en relaciones sexuales no consentidas, forzadas utilizando drogas, violencia e intimidación, filmando el crimen al menos en un caso, y distribuido en las redes de internet, en un acto de doble victimización.
Elucubrar, uno de los “deportes” favoritos en el país, ha ocupado las primeras reacciones y, sobre todo, la prensa, reforzando y haciéndose eco de todo tipo de especulaciones, abrió ese período de uso de técnicas narrativas simplificadas, polarizadas y muy personalizadas que hacen tanto daño a sobrevivientes y procesos.
Así, entramos en la fase de apoyarnos en mitos y estereotipos culturales que, al final, favorecen a la delincuencia cuando se trata de estos crímenes, como lo definiera Robert Entman (1993), con la teoría del “encuandre” (framing), una herramienta persuasiva que presenta la información de manera particular pudiendo moldear la percepción de la respuesta.
Quienes estudian y trabajan el fenómeno de la violencia con perspectiva de género, interseccionalidad y transversalidad entienden como la socialización cultural de las personas contribuye a la manipulación de reacciones y acciones.
Los perpetradores, hombres muy jóvenes, en uno de los casos hasta menores, aprendieron con mayor o menor énfasis y a través de todas las instituciones de la sociedad que tienen derecho a “usar” los cuerpos de las mujeres, y en grupo, se estimula su “homoerótica”, como dice el especialista Psiquiatra argentino, Enrique Stola. Para la violentada, la cultura deja la vergüenza y la culpa, que son bien ajenas, por cierto, por su falta de responsabilidad.
Frente a estos crímenes ejecutados, en muchos países hay reconocimiento agravado para su castigo particular desde la ley, lo que no tenemos aquí donde la tipificación de un hecho depende en mayor parte de esa primera calificación de quien recibe a la sobreviviente en la cadena del servicio sin otro conocimiento y sensibilidad que sus propias convicciones prejuiciadas y “encuadradas”, como refiere Entman.
Los servicios ofrecidos desde la justicia y demás instituciones, tienen que empezar a depurar recursos humanos sin preparación adecuada, encuadrados clientelares, nombrada por amiguismo y sin ética, que son mortales para mujeres y niñas sobrevivientes. Porque llegó la hora de proteger mejor a las víctimas y castigar a victimarios. Para cambiar.