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Al pie del sepulcro

Al pie del sepulcro

El discurrir de la vida, a veces nos estremece con episodios inesperados, que abren paréntesis para la reflexión, y más cuando uno está en la senectud de su existencia terrenal, que van estrechando los canales que alimentan al Ser, para tratar de alcanzar el aura, un día más, un nuevo amanecer y las interrogantes acerca del mundo celestial y sus espacios siderales.

Y mi caso, es el cuadro más difícil que alguien pueda sobrevivir sin incertidumbre, pues una intervención quirúrgica invasiva me arrebató la voz para postular en los estrados en los tribunales de la República, en mi condición de abogado litigante, y también mis palabras no tendrán sonido, sepultando mi profesión de periodista para hacer investigaciones y hurgar en investigación de datos históricos para analizar y con inveterados amigos en tertulias sabatinas.

De manera, pues, sin voz y sin aliento, estoy casi al pie del sepulcro, pero satisfecho de que en cualquier lugar donde la muerte me sorprenda, bienvenida sea, y que nunca la tristeza sea unida a mi nombre porque por la alegría he luchado y por la alegría he vivido, aunque confieso que hasta mi propio médico reconoció que mi situación es difícil, expresión que agrava el estado de ánimo.

Y cómo sin voz y aliento de vida, puedo seguir el trajinar de este trayecto, lo que puede asegurar, que seguiré recordando….  con el lucero de la mañana y el crepúsculo de la tarde y recordado cuando las tardes se llenaban de colores con las visitas de las mariposas.

Nada es infinito, cada variable tiene su final, y así lo creen hasta los más amarrados a la fe, incluyéndome dado que tiene una explicación que parte de la dialéctica Y llega a los eclécticos y termina en los escépticos.

En fecha…. no muy lejana, me tocó sepultar un hermano en el cementerio de la Máximo Gómez, eran casi las 6:00 de la tarde, y nosotros amigos y familiares de tamaños reducidos, éramos los últimos al salir, y antes de cerrarse el viejo portón, eché una mirada al interior del Campo Santos, no vi a nadie circulando, estaba en la preagónica de la tarde, entonces recordé a García Lorca, cuando en una situación similar, exclamó: “Dios mío, ¡¡¡que solos se quedan los muertos!