Querido amigo. Recuerdo haberte preguntado, tras tu elección como presidente de la República, cómo debería llamarte respetando los vericuetos del poder: “Luis, como siempre, cuando estemos en un ambiente no oficial”.
Me permito “tutearte” en esta conversación tan personal sobre temas nacionales que me preocupan grandemente. Han pasado cuatro años -cómo vuela el tiempo- desde que asumiste las riendas del país en medio de una crisis sanitaria que afectaba a todos los países del mundo; luego la crisis económica, la inflación, la guerra, etc.
Había que tener coraje, determinación y una voluntad de hierro para no sucumbir, para salir adelante. ¡Y lo lograste!
República Dominicana fue de los primeros países del mundo en vacunar a su población, recuperar el turismo, el empleo, la inversión extranjera, la zonas francas, la estabilidad cambiaria, la seguridad alimentaria, etc.
Te convertiste, querido amigo, en un estadista a la fuerza, empujado por las circunstancias, trabajando todos los días 16 y 18 horas, poniendo en riesgo tu propia salud, y quitándole tiempo a tu familia. Fueron cuatro años de mucho sacrificio, de mucha entrega, de mucho amor hacia los demás.
El pueblo dominicano te premió por todo cuanto le diste al país en esos cuatro años. y es de eso de lo que deseo hablarte, casi en secreto.
Este segundo mandato tuyo me temo que será más difícil y complicado que el anterior, aunque no haya pandemia, aunque la inflación esté controlada, aunque la guerra no tenga los mismos efectos en la economía, aunque los precios de los combustibles ni de los commodities, con los fletes, no se disparen como en el pasado reciente.
Este es un país igual que cualquier otro país, pero distinto, en materia cultural, por su propia idiosincrasia, conservador y tolerante, donde los valores fundamentales de la dominicanidad se han ido perdiendo con el paso del tiempo, por eso el irrespeto por las normas, por las leyes.
Aquí nadie respeta nada. Aquí todo lo prohibido está permitido. Aquí no hay autoridad en el tránsito, en las escuelas, en las universidades, en los hogares, donde la mayoría de las familias son disfuncionales.
En los medios de comunicación no hay controles, en las redes sociales, menos. Un grupo de analfabetos, sin formación ni cultura, actúan “como chivos sin ley”.
Las reformas estructurales del Estado van en todas las direcciones. El “gatopardismo” (cambiar para que todo siga igual) no cabe en estos momentos, repito.
Cambiar esa realidad, mi querido presidente, es más difícil de lo que suponemos, porque requiere de un cambio de paradigma, de otra cultura, de otra mentalidad, desde arriba hacia abajo.
Esta sociedad -presidente- está enferma de cáncer desde hace muchos años ha hecho metástasis en todo el tejido social. Cambiar “para que todo siga igual”, ya no es posible.