Ayer se cumplieron 50 años de un asesinato cobarde, que sacudió a la población y que constituye un doloroso referente contra la intolerancia en todas sus manifestaciones: el del dirigente de izquierda Amín Abel Hasbún.

Lo asesinaron por sus ideales, por no comulgar con el poder y luchar por la justicia social y la igualdad ante la ley. Abel Hasbún fue asesinado de un balazo en la cabeza en presencia de su esposa embarazada y de un hijo de más de dos años. Su cadáver, como si se tratara de un animal, fue dejado abandonado en la escalera de la casa.

Pero hoy se cumple el 57 aniversario de otro acontecimiento de funestas consecuencias para el desarrollo del país, por el retroceso que marcó, como el golpe de Estado de 1963 contra el Gobierno del profesor Juan Bosch.

Desde ese fatídico suceso, que generó una acción guerrillera, una guerra civil, la segunda intervención militar de Estados Unidos y una brutal cacería ideológica en República Dominicana todavía no puede sentirse satisfacción de una sólida democracia, con instituciones fuertes. Bosch declararía tiempo después que fue derrocado por la corrupción y la intolerancia de sectores conservadores opuestos a la justicia social, que solo velaban por sus intereses.

La muerte de Abel Hasbún y el golpe de Estado contra Bosch son dos tragedias en torno a las cuales se tiene que reflexionar para desterrar la intolerancia en cualquiera de sus expresiones, que son muchas y variadas. Las libertades, por las que se ha derramado mucha sangre y pagado un alto precio, tienen que preservarse