Con los casos que el día menos pensado ocurren en República Dominicana es muy difícil estar curado de espanto. Que de un tiempo a esta parte el territorio sea víctima de un intenso trasiego de drogas narcóticas constituye una rutina. Pero que la sustancia sea abandonada en grandes cantidades sin dejar el menor rastro no deja de causar inquietud.
El caso más ilustrativo son los 100 kilos de cocaína abandonados en una operación relámpago en San Cristóbal dentro de una yipeta gris, cuya marca, placa ni modelo fueron revelados por la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) y mucho menos alguna pista sobre los presuntos responsables.
No se puede regatear méritos al esfuerzo de la DNCD en la lucha contra el narcotráfico. Sería injusto. Los cuantiosos decomisos, de los cuales es posible que se haya perdido la cuenta, demuestran que el organismo que preside el mayor general Rolando Rosado Mateo ha sido implacable en la persecución contra el trasiego de estupefacientes.
Pero esa misma realidad también revela que los golpes no han sido lo suficientemente contundentes como para reducir a su mínima expresión la utilización del territorio como puente para el trasiego internacional de drogas. Cuando se abandonan 100 kilos es para evadir la persecución o para blindar un mayor cargamento.
Ante un territorio tan vulnerable al trasiego de drogas la impresión que queda es que la DNCD está sola, sin una eficaz colaboración de organismos importantes, en la tarea contra el narco. De otra manera no se explica que frecuentemente sean decomisados grandes cargamentos de cocaína en aeronaves, contenedores, vehículos, en viviendas y en cualquier lugar.
Sea por mar, aire o tierra, pero la realidad es que por algún punto penetra la cocaína que inunda el territorio. Y casos como el de San Cristóbal sirven para interrogantes como, en función de los decomisos, ¿qué cantidad de drogas entra, sale o queda cada año en el territorio?
La detención de extranjeros vinculados al narcotráfico representa un signo altamente preocupante, que las autoridades deben evaluar con mucho detenimiento. Sugiere, de entrada, que en el exterior se conocen los centros de acopio o las estructuras de las redes que operan el negocio.
Los frecuentes decomisos de grandes cargamentos y de mulas testimonian un triunfo a medias, además de que las costosas inversiones en equipos, los operativos militares y otras medidas no han sido suficientes para evitar que República Dominicana se haya convertido en trampolín del narcotráfico.
Pero en la eficacia también media un problema de confianza que en modo alguno se puede soslayar. La sospecha de complicidad con el narcotráfico de sectores de poder suele invocarse como una de las razones por las cuales se pueden abandonar 100 kilos de cocaína sin dejar la menor pista.