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 Apellidos extranjeros

 Apellidos extranjeros

Los apellidos son intraducibles, entran al español  como se escriben en su lengua de origen, aunque el nombre de pila de quien lo lleve se adapte a la escritura de  nuestra lengua. Esto se mantiene aunque sea una palabra con valor  lexicográfico como White, Black.

Los nombres aceptan adaptaciones, e incluso  podrán  escribirse  según la fonética del español. Así  podremos tener Yónatan, Cristofer, Estiven o Yénnifer, pero nunca –al menos como apellidos- Quenedi, sino Kennedy ni  Suaseneyer, sino Schwarzenegger.  Sin embargo, estas formas son válidas si se fueran a usar como nombres de pila.

Quizá  sobre decir que no están sujetos a las reglas del español los apellidos procedentes de otras lenguas, aunque su sonido lo demande. Por ejemplo,  desde el punto  de vista  -o de oído- del castellano son palabras esdrújulas los siguientes apellidos: Morrison, Anderson, Richardson y Hamilton.  Pero no requieren la tilde.

Quien quiera usar estos apellidos como nombres para alguno de sus hijos, tendrá opción a castellanizarlos y los mismos admitirán  cambios como la colocación de la tilde.

Lo mismo va para los procedentes del francés, alemán, italiano y hasta ruso.  Podemos  combinar el nombre en español con el apellido en su forma original: Juan Jacobo Rouseau, Juan Gutenberg, Teodoro Roosevelt, Carlos Marx, Federico Nietzsche, León Tolstoi,  Juan Boccaccio,  Juan Sebastián Bach, Ángela Merkel o Pedro  y María Curie.

La gramática  tiene establecida la hispanización, mediante traducción literal, equivalencia o adaptación, de los siguientes  nombres  de interés universal:

a) El nombre que adopta el papa para su pontificado, a diferencia de su nombre seglar: Juan Pablo II (frente a Karold Wojtyla)  o Benedicto XVI (frente a Josep Ratzinger).

b) Los nombres de los miembros de las casas reales, como Isabel II de Inglaterra, Gustavo de Suecia, Diana de Gales,

c) Los nombres de santos, personajes bíblicos y personajes históricos o célebres, como son: san Juan Bautista, Herodes el Grande, Julio César, Alejandro Magno, Nicolás Copérnico o Nicolás Maquiavelo.

d) Los nombres de los indios norteamericanos: Caballo Loco, Nube Roja, Pequeño Alce, Toro Sentado.

e) Los nombres propios motivados, como los apodos o los apelativos y sobrenombres de personajes históricos, a fin de preservar su connotación semántica: Pipino el Breve, Iván el Terrible, la Reina Virgen, Catalina la Grande, Pedro el Cruel.

En cuanto a los nombres que proceden de lenguas que no usan el alfabeto latino, la cosa es diferente.  Ahí se aplica un procedimiento denominado transliteración, mediante el cual  se relacionan las letras de la lengua original con los  signos que  se pronuncian  de modo similar en la lengua que los recibe.

Para este artículo tenía prevista una reflexión sobre la grafía de los nombres chinos y árabes  que conocemos en nuestro país, dada la notoria presencia de inmigrantes de esas culturas a nuestro territorio,  pero ha faltado espacio. Y una colaboración prometida.

El Nacional

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