La sincera denuncia en las redes de parte de una jovencita víctima sobreviviente de violación sexual en el contexto laboral nos restriega la facilidad y la impunidad con que actúan los violadores en nuestro imaginario sociocultural.
El relato de Keiddy Trinidad Santos Acosta -referida como una estudiante brillante- quien acudió a una entrevista de trabajo citada por el violador y siendo literalmente atacada por él, hace pensar en las circunstancias que inciden para la reacción de una víctima de violencia sexual.
Eddy Gabriel Domínguez Vilorio, conocido como Gaby, señalado como violador despiadado y violento, sería reincidente con hasta diez víctimas en los últimos años.
Al parecer, el modus operandi es desde su misma posición de trabajo, dirigiendo una estación de medios de comunicación y a partir de contratar recursos laborales -mujeres jóvenes- de las que, en el proceso, abusaría.
Ya detenido por la Policía Nacional y traducido a la justicia, la Oficina de Atención Permanente del Juzgado de la Instrucción del Distrito Judicial de Puerto Plata, impuso medida de coerción de tres meses de prisión preventiva por agresión sexual y accediendo a la solicitud de la Unidad de Atención a Víctimas de Violencia de Género, Intrafamiliar y Delitos Sexuales de la Fiscalía de Puerto Plata. La justicia respondió diligentemente.
La culpa, la vergüenza y la rabia, son los sentimientos de las mujeres, jóvenes y niñas víctimas de violencias sexuales, como respuesta a la socialización patriarcal que nos hace responsables a todas del irrespeto depredador masculino violento. La medida de estas emociones determina la injusticia de la revictimización y la exención de culpa que perpetúa y legitima los crímenes sexuales.
De ahí el gran compromiso de la sociedad de no establecer perfiles dicotómicos entre hombres y mujeres, ni repetir patrones inhumanos e injustos que favorecen impunidades, para que las víctimas tengan la fuerza de reclamar que se aplique la justicia.
Keiddy Trinidad Santos Acosta muestra la fuerza de su rabia cuando le dice públicamente al violador, “tu me rompiste pero te juro que sanaré y haré un gran esfuerzo para que no lo vuelvas a hacer más […] libre o preso, vas a pasar el resto de tu vida siendo el culpable del sufrimiento de una joven de 19 años que lo único que ha querido es crecer, apoyar y progresar […] estoy segura de que no me lo merecía”.
Sin dosis de culpa ni de vergüenza, con claridad y seguridad de las responsabilidades.
Mujer valiente que la narración tradicional no ha contaminado.