Carolina Mejía ha logrado construir una imagen pública que aparenta eficiencia y cercanía durante su gestión como alcaldesa del Distrito Nacional, pero la política dominicana requiere algo más que buena imagen y fotos bien editadas.
Su administración municipal muestra algunos logros visibles, pero también numerosas preguntas sobre su capacidad real para asumir retos nacionales.
Gobernar una ciudad no es equivalente a liderar un país con desigualdad profunda, inseguridad creciente, servicios públicos colapsados y presiones económicas constantes.
El salto de la alcaldía a la Presidencia exige visión estratégica, firmeza y habilidad para tomar decisiones que ella aún no ha demostrado.
En el Partido Revolucionario Moderno, su figura es promovida como símbolo de renovación y continuidad, pero detrás del discurso hay una estrategia política clara: proyectar a un rostro femenino y joven que suavice la percepción de desgaste del oficialismo.
Su apellido, vinculado a Hipólito Mejía, funciona más como un recurso simbólico que como evidencia de liderazgo propio.
Hasta ahora, su estilo conciliador ha generado aplausos mediáticos, pero también puede interpretarse como tibieza frente a sectores de poder acostumbrados a negociar a la fuerza y frente a un electorado que exige resultados concretos, no gestos ni discursos.
La realidad es que su gestión ha sido más de apariencias que de transformaciones profundas. Su capital político se basa en percepción y relaciones públicas, no en un historial de reformas estructurales.
La ciudadanía exige respuestas reales en seguridad, salud, educación y economía, no campañas publicitarias ni eventos fotográficos.
Si Carolina Mejía pretende dar el salto a nivel nacional, deberá demostrar que sabe enfrentar resistencias, tomar decisiones impopulares cuando se necesiten y liderar con firmeza en un entorno político hostil.
El riesgo es evidente: quedarse reducida a un ícono mediático sin capacidad de acción concreta. La política dominicana no premia la imagen, premia resultados.
Carolina Mejía tiene la oportunidad de demostrar que puede ser más que un rostro amable y pulido, pero hasta ahora no hay evidencia de que pueda sostener un proyecto nacional ambicioso.
Su futuro dependerá de si logra transformar el capital simbólico en liderazgo efectivo o si su trayectoria queda como un ejemplo de cómo la publicidad puede superar a la gestión real.
La pregunta sigue siendo inevitable: ¿es Carolina Mejía una líder capaz o solo un producto de marketing político?.