Opinión Carta de los Lectores

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De Fulgencio Espinal

Señor director:

Una vez vi a un hombre llorar. Cuando salimos del lugar pregunté sobre aquel señor, quien en perfecto silencio derramaba abundantes lágrimas. Me dijeron que se llamaba Fulgencio Espinal. Así lo conocí.

Me indicaron en aquel momento – quizá por el año 2004 – que se había separado de la mujer que amaba, la madre de sus hijos, y me di cuenta de que la razón de su tristeza colgaba de esa separación.

Volví a tratar a Fulgencio con cierta frecuencia a partir del año 2011. Me gustaba escuchar anécdotas de su vida sinuosa plagada de luchas, persecuciones, poder, estudio y exilios.

Sus convicciones revolucionarias eran profundas. Creía con devoción en la divina rebelión de los pueblos oprimidos y relataba con entusiasmo su paso por Nicaragua controlada por “los muchachos armados” de la revolución sandinista.

Me di cuenta de que, al igual que sus convicciones, tenía sembrado en su corazón con profundas raíces la lealtad y la amistad, y vecinas a esas bentónicas honduras en su caso prevalecía el irreprimible derecho de expresar públicamente su desagrado sobre cualquier persona o acción que no consideraba justa.

En un par de ocasiones le escuché rebatir duramente declaraciones adversas contra su amigo, el expresidente Salvador Jorge Blanco. Fulgencio alzaba su voz, para fortalecer sus argumentos, aportaba datos y fechas, manifestando su inconformidad de forma clara como el agua de un manantial.

En muchas ocasiones decía lo que la gente no quería oír, lo que constituye la médula de la libertad de expresión. Esto lo hacía Fulgencio sin ofender al otro y sin hacer ninguna alusión personal, lo que muchas veces no le reciprocaban. Pero a Fulgencio no le molestaban estas actitudes porque era un político ducho y consagrado.

A Fulgencio le gustaba debatir, luchar, contrariar y establecer su criterio, por lo que estaba condenado a ser, desde su nacimiento, un hombre libre.
Hace poco murió Fulgencio Espinal. Si va al cielo con el espíritu que lo guió en la tierra le expresará al mismísimo San Pedro su inconformidad si algo no le parece bien. Si va al infierno, ni el Diablo evitará que diga lo que piensa.

En uno u otro caso, sé que resistirá y luchará por lo que considera de justicia, querrá con sinceridad a sus compañeros, ángeles o demonios, y no se reprimirá en expresar su desagrado hacia unos u otros si así lo estima necesario.

Atentamente,
Yasi Mateo Candelario

El Nacional

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