Las 37 curules obtenidas en el Parlamento por el partido Perú Libre, del expresidente Pedro Castillo, no daban para impedir que sus opositores lo relevaran del cargo por supuesta incapacidad moral. Pero resulta que tampoco sus encarnizados rivales contaban con las dos terceras partes que necesitaban para bajarlo del poder. De hecho habían fracasado en sus dos primeros intentos en reunir la mayoría calificada (87) para defenestrarlo.
Lo odisea de Castillo, quien había ganado las elecciones con ajustadísimo margen de 50.13% contra 49.87 de Keiko Fujimori, comenzó desde antes de juramentarse en octubre de 2021. Bastó con que anunciara la ratificación del equipo económico de su antecesor, Martín Vizcarra, para que sus aliados de izquierda y centro, que en conjunto sumaban 62 escaños, lo abandonaran a su suerte. Transitando siempre con la soga a rastro pudo sobrevivir remozando el gabinete y haciendo malabares.
Castillo no entendió nunca que al quedar sin partido y sin aliados, que en el aire como estaba, su único camino era negociar con la oposición para permanecer en el poder e impulsar algunas reformas. Pero lo que hizo fue atrincherarse, con tanto infortunio que hasta los miembros de su gabinete se opusieron al autogolpe que promovió para evitar su destitución. La dura realidad se confirmó con la votación en el Parlamento, donde 101 sufragaron a favor, seis en contra y 10 se abstuvieron.
Tanta responsabilidad tiene Castillo como sus aliados en esa destitución que en Perú resulta tan normal y de la cual han sido víctimas gobernantes de izquierda y de derecha. Los suyos, que ahora están en las calles reclamando la disolución del Congreso e incluso la renuncia de la presidenta Dina Boluarte, en lo que coinciden con la oposición, tal vez pensaban en un modelo al estilo Venezuela o Nicaragua, en lugar de México.
La lección ha sido dura, pero hay que aprenderla. Antes que reformas graduales, la izquierda prefirió romper desde el primer momento con Castillo, acusándolo de neoliberal. Pero el mandatario tampoco asimiló el impacto de la ruptura, pues en vez de amarrar e incluso ceder en lo que hubiera que ceder incurrió en el aparente error de aislarse y enrocarse en el poder. Uno y otro han pagado el costo de sus acciones al perder el poder por sectarismo e incompetencia. Una oportunidad perdida. Lo demás es tratar de encontrar la quinta pata al gato.
Para gobernar con algo de estabilidad, sin tener que dejar el poder antes de tiempo, la presidenta de Boluarte se ha propuesto adelantar las elecciones, lo que de darse anticipa desde ya el triunfo de la derechista Keiko Fujimori. Y la resignación de la izquierda al perder, por sectarismo, la oportunidad de gobernar.